La reciente controversia generada por Jose Felix Lafaurie (presidente de la Federación Nacional de Ganaderos-FEDEGAN y esposo de la nunca bien ponderada María Fernanda Cabal) vuelve a dejar en evidencia que la masculinidad es muy frágil.
Por: Carmenza Zá // @ZaCarmenza
Qué gracia su padre #Farcsantos negocia impunidad y el mayor lavadero de dineros del narcotráfico en Cuba y su hijo Martin recorre La Habana con ínfulas de turista. Noté el color de la camisa y el color del carro: ROSADO. Uhmm pic.twitter.com/BYe2MOXDWI
— José Félix Lafaurie (@jflafaurie) November 26, 2017
Los machos, que son muchos más que solo Lafaurie, tienen una kriptonita no tan oculta: lo considerado femenino. Así es, esos supermanes, vikingos, leñadores, machos ganaderos de esos que arrían ganado, de los de pelo en pecho y espuma al orinar, se escandalizan porque otro varón viste de color rosado. Pero no es solo el color rosado, sino también las flores y el azúcar, la dulzura, la amabilidad, el reconocer la belleza de otro hombre o la inteligencia de una mujer; esos son los grandes enemigos de los machos-machos que son muchos y están por todos lados.
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Los machos-machos son esos que se burlan del amigo cuando llora porque "eso es de niñitas", son los que le dicen al conocido gay "yo no soy homofóbico pero conmigo no se equivoque, no me vaya a coquetear" , son los que temen darle un besito en la mejilla al amigo de toda la vida y prefieren ese saludo flojo, temeroso de contacto, que empieza acariciando las palmas de las manos y termina con un choque de nudillos.
Son esos que creen que las labores domésticas "se le dan mejor" a las mujeres y condenan su vida a la dependencia e inutilidad por no saber hacer un arroz, planchar una camisa o lavar unas medias. Esos son los machos-machos, aquellos hombres rudos y fuertes que nos vendieron como el deber ser masculino y que, como fórmula genérica, se han distribuido por todo el mundo.
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Los machos creen que el amor es un asunto de conquista y dominación, una batalla con el resto de hombres en defensa de la presa. Por eso son celosos, violentos, posesivos: inseguros y temerosos. Por eso creen que la mujer les pertenece y que, si no es así, entonces la mujer no tiene derecho a existir. Son los machos los que asesinan a sus parejas y después se suicidan, olvidando que, en estos casos, el orden de los factores sí altera el producto
¿Pero qué es eso tan malo que puede hacerle una prenda rosada, aquel motivo de disputa que motiva esta reflexión, a un macho-macho? ¿No eran acaso esos hombres los llamados a defender a la manada y proteger las crías? Si la amenaza viste camisa de flores entonces gana por w.
"Sea machito", le dicen a los niños desde pequeños cuando lloran de tristeza o de dolor; "no se deje, sea varón", le enseñan a los adolescentes para que se defiendan a puños y patadas; "ay, es que la mujer no lo deja" se burlan de los hombres adultos que prefieren llegar temprano al hogar.
Las mujeres, por nuestra parte, rechazamos al hombre que deja ver algo de sensibilidad o empatía por nuestros sentimientos. Nos enseñaron a desear tipos grandes, fuertes, rudos, para los que seamos "incomprensibles" y a quienes les justificamos el maltrato, la mentira y las infidelidades pues porque "los hombres son así, al fin y al cabo, esa es su naturaleza". No, los hombres no son así, así son los machos-machos que también son muchos y que por eso mismo suelen pasar desapercibidos, normalizados.
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Claro que los comportamientos que los machos rechazan en otros hombres los celebran en las mujeres; mejor si somos delicadas, mejor si lo de los sentimientos lo asumimos exclusivamente nosotras y, no queda la menor duda, mejor si labores domésticas las seguimos asumiendo nosotras porque “se nos dan mejor” que a ellos. Los ejemplos de las cosas a las que les temen los machos, pero que a las mujeres se nos asignan a diario, son infinitos y van más allá del color rosado.
Los machos son frágiles, vulnerables; le temen a lo dulce pero se derriten como azúcar ante un chorrito de afecto.
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Son mediocres, asumiendo el único rol que les enseñaron y sin preguntarse siquiera por otras alternativas posibles.
Son peligrosos, repartiendo mensajes de odio ante su inseguridad y temor hacia cualquier cosa que les suene a feminidad.
Pero lo peor de los machos es que, en efecto, son muchos y tomará tiempo acabar con ellos; es mejor empezar temprano.
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