El fin de semana se celebró el Baum Festival en Corferias, uno de los más grandes centros de eventos de Bogotá. Después del primer día del evento, en la mañana del 25 de mayo, comenzó a circular en redes una historia de Instagram que reportaba la desaparición de Carlos David Ruiz Molina desde la madrugada de ese sábado.
Horas después, la denuncia, ya interpuesta en policía y fiscalía, comenzó a circular en redes y medios de comunicación. Finalmente, en la tarde del domingo, las autoridades reportaron el hallazgo del cuerpo de Ruiz dentro de Corferias.
Desde el momento en el que la desaparición llegó a los medios y a las redes sociales, el lenguaje con el que periodistas y usuarios de Internet se refirieron al caso fue completamente revictimizante: hubo especulación, repartición de culpas y conjeturas, sobre la víctima y sus amigos, que poco o nada aportaban al caso.
No es la primera vez que pasa y, lastimosamente, no será la última, porque, primero, los periodistas tienen (tenemos) mucho que desaprender.
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Esta nota no pretende resolver el caso. Ningún periodista debería estar jugando a ser detective por tener una primicia. Tampoco pretender enlistar y amplificar las cien hipótesis que circulan en Internet, a ver si le pega a alguna, porque la muerte de nadie debería servir como moneda de mérito periodístico.
Tampoco pretende negar que hubo negligencia detrás de este caso y de otros.
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Pretende abrir preguntas para que intentemos responderlas colectivamente y que, ojalá, en el futuro, las respuestas nos garanticen que todos los que entremos a la fiesta salgamos de la misma forma.
Repartir las culpas se hace fácil en la inmediatez de las redes, pero todos hacemos parte de la cadena de cuidado en los festivales masivos. Desde los medios, la logística y los organizadores, hasta los asistentes, debemos aprender a gestionar las emociones y la posible incomodidad que implica participar de una multitud que asiste y se organiza alrededor de la música.
No basta de hablar de autocuidado. La cadena nos involucra a todos: quienes se encargan de la experiencia del público y quienes emiten mensajes sobre lo que pasa en un festival también hacen parte de esa cadena.
A los medios de comunicación:
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Colegas, compañeros. Yo sé, porque trabajo en esto, que las salas de redacción se convierten en una carrera para cumplir con las métricas del día.
Separar nuestro oficio de lo emocional es muy sencillo. Incluso llega a ser un mecanismo de defensa para nosotros, una pared que nos protege del flujo de información incansable.
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Lo difícil es, entonces, rescatar la empatía dentro de nuestra labor.
¿Cuál es nuestra responsabilidad y nuestro papel en la cadena de cuidado? Cuanto menos: cuidar a la familia y a los amigos de información y palabras revictimizantes. Dar espacio a los hechos y no a la especulación ni a la acusación pendenciera.
Espero que seamos capaces de ver que no lo estamos haciendo bien, que encontremos otras formas de informar y que, si no las hay, las construyamos.
A los asistentes:
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Las redes sociales tienen la misma medida de cercanía como de distancia con el otro. Podemos opinar de todo, a la velocidad que queramos, sin que percibamos una consecuencia tangible.
El afán de opinar de todo, de ponernos en un lugar moral, intelectual y social más alto que el resto sólo hace que estos casos se llenen de ruido y se pierda el centro: ¿qué hay que hacer para que los eventos masivos no cobren la vida de nadie?
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El silencio también es una opción. En estos casos, a mi parecer, la más respetuosa y la más humana. Y reconocer que no sabemos lo que pasa la mayoría de las veces también es posible.
Estamos frente a un problema del que nadie está exento y que, hasta ahora, nadie ha sabido cómo abordar para detenerlo.
Y ese problema, que está costando vidas en festivales y conciertos, queda detrás de un telón de opiniones de personas que, desde su casa, aseguran que pudieron haberlo hecho mejor.
A los organizadores:
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A comparación de hace algunos años, ahora los asistentes contamos con rutas de acción más claras ante ciertos tipos de violencia. Hay una conversación al respecto y una preocupación por parte de muchos, pero la realidad nos ha mostrado que siguen siendo insuficientes.
Ahora sabemos qué hacer frente al consumo de SPA, pero el caso de Carlos dejó otra pregunta abierta: ¿cuál es la ruta cuando alguien desaparece en un evento?
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En la logística y planeación de un festival hay muchas empresas involucradas. Cada una de ellas debería saber cómo gestionar las emociones que pueden brotar de un evento así: euforia, tristeza, rabia, miedo, dolor. No importa si es derivado del consumo o no.
Pero no está ocurriendo.
Que haya personas sin capacitación para gestionar y mantener la cadena de cuidado es consecuencia, en parte, de la precarización de los trabajos de logística. Son ellos el primer frente cuando sucede cualquier situación dentro del evento, pero no están capacitados para atenderlas.
Por otro lado, el acompañamiento (a personas que estén en estado vulnerable, sus amigos y/o familia) debe ejecutarse desde todas las partes involucradas en la organización de un evento.
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La cadena de cuidado en festivales y conciertos está planteada en papel, pero aún tiene muchas fallas en la comunicación y preguntas que no ha logrado contestar: ¿Si las rutas de acción que existen no son suficientes, qué tenemos que hacer?, ¿cómo acompañamos y apoyamos en caso de que suceda algo?
Ustedes, organizadores y logística de eventos, tienen la responsabilidad de garantizar que no nos cueste la vida asistir a conciertos. La responsabilidad de acompañar a nuestro parche y nuestra familia si nos llega a pasar algo.
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Y nosotros, como medios y como asistentes, nos debemos, como mínimo, cuidarnos entre nosotros y pensar antes de decir cualquier cosa que creamos “necesaria”.