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Rap y censura: un breve recuento de la persecución al movimiento hip-hop

A propósito del proyecto Bulla de los amigos de la Revista Cartel Urbano, Santiago Cembrano repasa aquí las persecuciones a las que ha estado sometido el rap en su historia. De N.W.A en EE.UU.a Maykel Osorbo en Cuba.

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Foto: Álbum Straight Outta Compton (N.W.A)

En el verano del 89, N.W.A. se presentó en Detroit. Al final de la noche, había un éxito que el público pedía al unísono, el mismo que la agrupación de Compton, California, había decidido no tocar durante esa gira: “Fuck Tha Police”, en la que Ice Cube, Dr. Dre, Eazy-E y compañía llevan a juicio a las fuerzas del orden por toda su violencia en los barrios negros.

La decisión había sido tomada a regañadientes, luego de recibir una carta del FBI que rechazaba la canción y de que los agentes se negaran a garantizar la seguridad de sus conciertos en Toledo y Milwaukee. El coro de las veintemil personas que llenaron la Joe Louis Arena era cada vez más fuerte, hasta que cumplió su cometido.

Ice Cube, como el boxeador que le daba el nombre al recinto, abrió con un derechazo rotundo: “Fuck the police, coming straight from the underground / A young nigga got it bad cause I'm brown / And not the other color, so police think / They have the authority to kill a minority”. Treinta segundos después, la policía arremetía contra los raperos, sonaban disparos y explosiones. El concierto había acabado.

Ice Cube artículo rap y censura en Shock
Ice Cube, retrato. Nighttown, Rotterdam, Países Bajo, 4 de septiembre de 1991. (Foto por Niels van Iperen/Getty Images) Artículo rap y censura
// Niels Van Iperen/Getty Images

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El rap es rap porque es polémico, agresivo, transgresor, incómodo. Por eso el poder lo ha intentado domar tantas veces, sobre todo cuando los raperos y las raperas enfocan sus versos hacia las heridas infectadas de cada sociedad. Parece que esas heridas de desigualdad, exclusión, violaciones de derechos humanos, dictaduras no son un problema, el problema es que se cuente, con unos buenos insultos de por medio. Si el hip-hop nació en un barrio en llamas como lo era el sur del Bronx en los 70, golpeado por políticas del abandono, lo mínimo que podía hacer con su megáfono era luchar de vuelta y gritar eso que se estaba barriendo bajo la alfombra.

Casi que por diseño, el enfrentamiento estuvo casado desde el inicio: el establecimiento y sus instituciones a un lado y al otro, en el margen, los raperos que los dejaban en ridículo y se burlaban de ellos. La historia de esta cultura es la del registro de los barrios, con todos sus problemas; es la de la defensa de la libertad de expresión, sin tener que edulcorarla o maquillarla para que pique menos; y es la del temor profundo que despierta. Por eso, la historia del hip-hop es también la historia de una guerra cultural.

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En 1992, cuando los policías que casi matan a Rodney King fueron absueltos y Los Ángeles ardió, volvió a la carga el argumento de que esas letras violentas impulsaban acciones violentas contra la policía, como si las canciones fueran causa y no reflejo de lo que pasaba.

Ice T sucumbió a la presión de su disquera, que a su vez sucumbió a la presión del boicot masivo, y tuvo que quitar su canción “Cop Killer” del disco de Body Count, su banda de metal. Pero el problema para las comunidades negras y latinas no eran los asesinos de policías, ni las canciones sobre asesinos de policías, sino los policías asesinos, dijo el rapero Paris, un gangsta revolucionario que estaba por publicar su nuevo álbum. Sus planes cambiaron cuando se filtró la portada del disco, que lo mostraba oculto y con un arma, al mejor estilo de Malcolm X, junto a la Casa Blanca, y la policía protestó airadamente. Su disquera lo indemnizó y lo dejó ir.

Cuando Ron Howard, de 19 años, mató al patrullero Bill Davidson en un retén de una carretera de Texas, en su casetera estaba el 2Pacalypse Now, que incluía “Soulja’s Story”, en la que 2Pac fantasea con vengar en un retén la paliza que los policías le dieron a Rodney King. La viuda de Davidson y el abogado de Howard señalaron a Pac como el responsable de los disparos. Hasta el vicepresidente de Estados Unidos, Dan Quayle, se puso el sombrero de crítico musical y afirmó que un disco así no debería ser publicado.

“En solo una década, las grandes disqueras habían pasado de perseguir un género que pensaban que era apenas una novedad a firmar a todos los artistas de rap que pudieran a deshacerse de grandes cantidades de raperos por sus creencias políticas”, escribió Jeff Chang en Can’t Stop Won’t Stop. “Era ese viejo ciclo familiar: descuido, seducción y miedo”.

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Salgamos de California y bajemos a Miami, la base de operaciones de uno de los cabrones más sucios que escucharás en tu vida y uno de los pioneros del rap sureño: Uncle Luke, de 2 Live Crew. La suya era una suciedad jocosa, exagerada para ser cómica, pero a la corte de Florida que declaró su álbum As Nasty as They Wanna Be como obsceno no le pareció así. En últimas, la Corte Suprema de Estados Unidos falló a favor de Luke en 1994, pues reconoció el valor artístico de su música, la prueba reina contra los cargos de obscenidad.

“Me paré por el hip-hop, me den el crédito o no. Aprecio si entiendes la historia y respetas a gente como yo”, le dijo Luke a Variety mucho tiempo después. Para él, según le explicó a The Fader, los raperos se volvieron blancos fáciles a inicios de los 90 porque ya habían alcanzado una gran influencia fuera de los barrios negros y latinos. La censura, de cierta forma, era un reconocimiento vergonzante de todo el potencial que tenía el hip-hop en su voz.

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Aunque Freddie Mercury no fue a juicio por cantar que había matado a un hombre en “Bohemian Rhapsody”, durante la última década han aumentado los casos en los que las letras de rap han sido usadas como evidencia probatoria, tema que fue abordado con tino y humor por Key and Peele.

En el caso RICO contra la estrella de Atlanta Young Thug y su crew YSL, acusada de ser una pandilla criminal, los fiscales añadieron versos como “Cooking white brick”, “Murder gang shit”, “Ready for war like I’m Russia” y “Dissect your body like science class, nigga” para soportar su caso. Bobby Shmurda, Boosie y el difunto Drakeo the Ruler también han ido a juicios en los que su música ha sido usada en su contra. Por eso, raperos como Jay-Z, Meek Mill, Killer Mike y Fat Joe firmaron una carta a favor del proyecto de ley S7527, que busca limitar el uso de letras de rap como evidencia en casos criminales.

“En vez de reconocer el rap como una forma de expresión artística, policías y fiscales argumentan que las letras se deben interpretar literalmente; como ‘diarios autobiográficos’, en palabras de un fiscal, aunque el género está enraizado en una larga tradición de contar historias que favorece el lenguaje figurado, las hipérboles y usa los mismos recursos poéticos que encontramos en formas de poesía más tradicional”, dice la carta. Después de todo, cuando Pusha T se define como el Scorsese de la cocaína, lo que dice es que su música no está en el plano de la verdad ni de la mentira, sino de la representación, mediada por metáforas e hipérboles, de la realidad. Pero de pronto estos brillantes acusadores piensan que de verdad Nas fue al infierno por esnifar a Jesús.

Fuera de su meca, el rap también ha sido perseguido con una lupa inquisidora que funge como garrote, según lo narra Ornella Teta para The McGill International Review. En Tailandia, el grupo Rap Against Dictatorship le dedicó la canción “Prathet Ku Mee” (o sea, “Lo que tiene mi país”) al primer ministro Prayuth Chan-Ocha. Los raperos se salvaron de su arresto gracias a la movilización masiva y solidaria en su defensa, pero sufrieron tener que escuchar “Thailand 4.0”, la mediocre respuesta del régimen que, menos mal, fue ridiculizada rápidamente. ¿Quién diría que a los dictadorzuelos les gusta el rap?

En 2018, el rapero ruso Husky fue arrestado por su canción “7 October”, en alusión al cumpleaños de Putin, que va de un rey que se da un banquete mientras sus súbditos pasan hambre. Putin dijo que el rap era solo sobre sexo, drogas y protestas, por lo que promovía la inmoralidad. Ante las críticas, Putin reconsideró: no había que abolir el hip-hop sino guiarlo en la dirección correcta. Seguro que esa misión saldrá bien.

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Finalmente, en Tanzania fue arrestado el rapero Nay wa Mitego por rapearle “¿Qué tipo de persona eres? No quieres consejos ni críticas. Estás embrujado” al presidente John Mugufuli.

Censura en español

Hablemos de censura en nuestro idioma y empecemos por la Madre Patria. Por tuits simpatéticos con el grupo terrorista Grapo y canciones como “Juan Carlos el Borbón” (“¿Qué legitimidad tiene el heredero de Franco / Que en juergas y putas nuestra pasta está tirando?”, el rapero español Pablo Hasél ya va más de dos años en la cárcel.

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La condena fue por enaltecimiento del terrorismo e injurias a la Corona. Para los magistrados que fallaron contra él, sus publicaciones ponían en peligro al orden constitucional, la paz social y las personas a través de exaltaciones a la violencia y llamados a adherirse a ella. Por otro lado, el rapero Valtonyc ha estado exiliado en Bélgica desde 2018 luego de que fuera condenado por amenazas en sus canciones. Como consecuencia de estos fallos, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos ya le ha llamado la atención a España y ha enfatizado que “La libertad de expresión se extiende a informaciones e ideas que ofenden, chocan o molestan”. Y como aseguró la magistrada Manuela Fernández de Prado, que defendió la libertad de Hasél, “El artista que canta una canción se convierte en un personaje que lleva a cabo una representación que le aleja de la realidad. La provocación, la ambigüedad, la crítica ácida tiene cabida entonces en mayor medida que si se tratase de una expresión pegada a la realidad, porque se trata de una representación en la que puede jugar la ficción”.

Y ya que estamos hablando en español, aterricemos en Cuba, donde en junio de 2022 fue condenado a nueve años de cárcel Maykel Osorbo, rapero, integrante del contestatario Movimiento San Isidro y uno de los principales opositores del gobierno de Díaz-Canel.

Mientras estaba encarcelado esperando su juicio, Osorbo se ganó el Grammy Latino a la “Mejor canción urbana” por “Patria y Vida”, con Yotuel, Gente de Zona, Descemer Bueno y El Funky. Tanto a él como a su compañero de MSI, el artista Luis Manuel Otero Alcántara, los acusaron de “Atentado”, “Desacato” y “Desórdenes públicos”, eufemismos que ocultan que exclamar con angustia “Nos están haciendo quedar muy mal y no tenemos cómo responder”, es muy largo. Buena parte de la protesta de Osorbo se ha dado en contra del decreto 349, que, en resumen, exige que las autoridades aprueben el arte que se presenta al público. Como si el rap alguna vez hubiera pedido permiso.

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De hecho, parece que la censura es transversal a todos los continentes. De los casos de América Latina alrededor de la defensa de la libertad de expresión, persecuciones  judiciales, hostigamiento y vulneraciones a los derechos humanos se ha encargado el proyecto Bulla de la Revista Cartel Urbano. Durante los últimos meses han documentado con casos emblemáticos los intentos del poder de silenciar lo que les incomoda. Casos como los de Lucy Villareal, Samurái, El Pelón, “Garra”, “El Duke”, Nicolás Guerrero, El Funky; la Masacre de San Rafaél, el 27N en Cuba y el 21N en Colombia; las crisis que han atravesado República Dominicana, Puerto Rico, Cuba, Venezuela y Chile.

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Todos estos son ángulos desde los que se puede pensar esta problemática. Y con sus Rimas Sin Tarima, una serie en la que artistas de todo el continente como Arianna Puello, Lela, Spektra de la Rima, El Elokuente y Afreeka reflexionan sobre qué significa la libertad de expresión.

Así, la última palabra la tiene el rap. Lo de “luchar contra el poder” de Public Enemy, lo de “festejar por el derecho a pelear”, siempre fue en serio. Nunca fue más en serio.

Pueden ver el especial completo de Bulla sobre libertad de expresión artística aquí y apoyar las voces de raperos y raperas latinoamericanas en contra de la censura y las violencias sistemáticas contra su arte, por acá.

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