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“Vivo, Nasty” de Amantina: ¿cómo desaprender el sonido y el deseo?

“Vivo, Nasty” describe en 14 canciones un puente entre el romance y la espiritualidad. El puente cuelga y conecta el camino de todo deseo, la búsqueda de una expresión de lo divino en otra persona. Sin embargo, la mayor parte del tiempo atravesamos el camino pero encontramos ese puente convertido en ruinas inconexas, separadas por un abismo y cubiertas con la maleza de siglos de mal amar.

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Amantina
// Foto: Nicolás Medina

Amantina es el proyecto del colombo-ecuatoriano Daniel Sorzano Perry, quien lideró la banda Les Petit Bastards en su tierra natal antes de radicarse en Bogotá en 2017. Este, su proyecto solista, ha venido publicando sencillos desde 2019, contando siempre con el apoyo de los bogotanos Ricardo Laverde y Camilo Amaya en instrumentos y producción. En 2020 publicaron “En algún lugar de la semana”, un EP pandémico que dejó ver su amalgama de synthpop, baladas milennials y R&B, consolidándose como una de las propuestas más interesantes del circuito bogotano.

Tarde que temprano: cómo parar a mirar atrás para poder seguir hacia adelante

En este, su primer trabajo de larga duración, llevaron su sonido a un nuevo techo que refleja la ambición demostrada en los sencillos que le precedieron. Pero además exploran el deseo y la sensualidad en conflicto con dos grandes problemas: la culpa católica que recubre la ética latinoamericana, y la reflexión sobre los errores que se cometen en el amor.

“Con el tiempo me di cuenta de que mucho del daño que he causado, muchos de mis errores, fueron innecesarios”, nos dijo Daniel. Hay que mirar el error de frente.

“El daño que causamos hay que plantearlo como realidad para poder replantearlo”.

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Las canciones datan de momentos muy diferentes de su vida: El Oro es una canción escrita desde los tiempos en los que él tocaba con Les Petit Bastards, mientras que Vivo Nasty fue escrita este mismo año. Y sin embargo, en ese proceso de volver sobre ellas, reescribirlas y transformarlas, se han entrelazado como resultado de un largo proceso personal de repensarse las relaciones.

“Las reflexiones que llevaron a estas canciones también me han llevado a desaprender. Los nuevos códigos que quiero para mí mismo implican reconfigurar lo viejo o reafirmar cosas que estaba haciendo bien”. Este es un disco que se inscribe en esa misma categoría pospandémica donde caben tanto Mr. Morale & The Big Steppers, de Kendrick Lamar o Dios y la mata de lulo, de Nicolás y los Fumadores: el de una música que refleja una revisión interna exhaustiva por parte de sus compositores hombres.

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“Estamos diciendo lo mismo”, dice. Daniel, fue criado en una familia de fe pero abierta a su exploración más allá de la institucionalidad, y que se acercó por el lado de su madre a los oráculos de los ángeles o al tarot. Para él, su música y la de esos otros exponentes es el resultado de reconocer y recoger la realidad de la vida propia con responsabilidad y gratitud a través de terapia o, en general, a través de todo tipo de rituales personales que permiten integrar el disgusto consigo mismo en la narrativa que cada uno tiene de sí para poder transformarse. “No hay que reírse de todo. A veces eso solo sirve para ignorar el daño, pero lo que intento hacer ahora es escarbar”.

Desde Tarde que temprano, la canción que más le costó escribir, dice con todas sus letras una afirmación difícil de asimilar incluso hoy, cuando esas reflexiones se dan a nivel mundial debido a tantos justos reclamos contra la violencia patriarcal: “Soy violento”. ¿Cómo dejar de serlo?

Vivo, pero a qué costo: cómo cantar el deseo y la culpa como un todo

En el sonido de “Vivo, Nasty”, Amantina logra un ambiente único que refleja las tensiones temáticas de sus letras. Por un lado, hay una paleta de colores dramática, grandilocuente y casi religiosa, como en Nimbo o Lumbre, que recuerda a las producciones de Frank Ocean, FKA Twigs o Kanye West (que incluso samplea en Pararrayos). De otro, presenta una intimidad digitalmente ultraprocesada, un bedroom pop electrocutado y envenenado de sensualidad R&B, en canciones como Tragaluz o Parsimonia. Y en medio de esos extremos están el rock y el synthpop enérgico de Krrusel, Baldío Bien, Vivo Nasty o El Oro, que funcionan como puntos de catarsis o de enamoramiento.

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Si bien el disco no es narrativo, la producción del álbum funciona como utilería de un gran teatro. Así no lo sugiera directamente, es fácil imaginar estas canciones como la banda sonora de una puesta en escena: un cuarto al que el protagonista siempre llega de otro lugar. A veces solo, destruido, arrepentido, viendo llover con la (des)esperanza de que el mundo acabe; a veces acompañado, con el sol tras las cortinas, lascivo, enamorado o ambas. Contrario a lo que acostumbramos por las tendencias del mercado de música global, Ana María González, Esmarive y Pánico, los feats del álbum, no acaparan el sonido, sino que están siempre en función de construir ese escenario en nuestros oídos.

La distorsión y otros efectos sonoros tocan con supremo detalle cada instrumento y cada fraseo, y no hay uno solo de ellos que no se sienta como un color nuevo y hecho a la medida para describir el lodo y la lluvia que pesan sobre almas caídas del Edén, o el éxtasis de los enamorados. La voz es la más afectada, y para Daniel esa creación de texturas a través de distorsiones, reafinaciones digitales y reverberaciones es como escribir un texto con apartados en itálicas, luego en cursiva, luego en negrilla. “No tiene necesariamente una función en cuanto a significados, pero sí sirve para dar intención y tridimensionalidad, y así comunicar una emoción particular”. En esa determinación a generar un sonido original, que consiguió con el apoyo de Camilo Amaya y Ricardo Laverde, está la más notable fuerza de “Vivo, Nasty”.

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Pero las letras no se quedan atrás. Hay motivos, como el reclamo a Dios o la figura de la condena, que trasladan las imágenes particulares de un encuentro o desencuentro con una pareja a un nivel espiritual o macro. Lo mismo sucede al revés, pues las tormentas que atraviesa, el fuego y la luz que ve en los ojos y en la boca de quien desea (y que lo puede quemar o cegar), o el pararrayos que opone a los relámpagos de una tusa que aún tiene cenizas calientes, convierten estas baladas en una épica que no deja de ser provocativa.

Ese universo sonoro que crearon para contarlo es tan autocontenido que algunas canciones, como Nwbd, Si no es Dios, quién? o Lumbre pueden perder fuerza si se sacan del contexto del disco. Pero lo compensan cuatro grandes sencillos y un acercamiento fresco, a la vez muy literal y metafórico, al deseo.

Una que otra herida bien abierta

A pesar de ser un disco tan personal, hablando con Daniel supimos que la portada es en realidad una foto de su primo cuando era pequeño. Lo disfrazaron de payaso y le tomaron una foto con una mueca terrible de desagrado, como hace a veces la vida misma con uno, con cualquiera. La vio una mañana, entre otras fotos colgadas en su cuarto, y le gustó simplemente por como se veía. Pero en esa decisión azarosa hay mucha de esa resignación y recogimiento, de esa revisión del pasado para identificar la vergüenza.

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Estamos vivos pero sucios, marcados, quemados, y continuamos en una espiral de bajada que asumimos y se siente muy bien hasta que miramos atrás. Ahí es cuando duele. Ahí es cuando los hombres, que tanto hemos dañado, entramos en un estado de angustia profunda e inmovilizante.

Así, a través de Vivo, Nasty, Amantina explora los “hubiera” de nuestras relaciones y de nosotros mismos de una manera que busca aceptar el peso de los “muertos” que le siguen y le esperan en casa: la tradición, la culpa y el pasado irreparable. Pero también con “una que otra herida bien abierta” que sentimos como una mancha en el corazón y un paso más lejos de nuestra mejor versión, de nuestro yo infantil.

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