Nomadland es una historia conmovedora que juega con el acercamiento a una comunidad nómada real: los que le huyen a la crisis. La película cruza la ficción íntima de su personaje principal, Fern, con las vidas de un grupo de actores naturales pertenecientes a una comunidad de nómadas que viven en buses, tráileres o casas rodantes y que,
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El desplome económico de una zona rural en el estado de Nevada, luego de la crisis de 2008, empujó a Fern a una vida itinerante. Perdió a su esposo, su empleo, vendió lo que le podía y empacó sus pertenencias en una apretada pero bien cuidada casa/furgoneta para rodar por el país, buscando dónde parquear y trabajar temporalmente en empleos precarios.
Si quieren ahondar en el sentimiento de empatía: su vida es básicamente la de un freelance que vive en arriendo y paga el metro cuadrado a precio de Bogotá.
En el viaje, retratado con finura y naturalidad inmersiva al estilo documental por Chloé Zao, Fern se encuentra con un grupo de nómadas reales. Y es aquí donde se desdibuja la frontera con la ficción, pues McDormand en realidad viaja y toma esos trabajos. Actúa de sí misma, o mejor: hace de observadora participante y se involucra con las dramáticas historias de esta comunidad rodante de los Estados Unidos.
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Ese es el gran mérito de la directora Chloé Zao. Lograr un doble abordaje que parte del drama interno y emotivo de Fern, del silencio de su vida solitaria en la carretera, pero que ejemplifica una experiencia compartida y comunitaria. Pues, si bien se trata de un grupo de nómadas, sus pasados y sus camiones convergen en el camino o en encuentros de apoyo.