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Animal Blanco presenta Pueblos Futuros: el registro de un espécimen solitario

Andrés Gualdrón concibió una nueva rama de su árbol genealógico musical llamado Animal Blanco. Se trata de su primer álbum, 'Pueblos Futuros': una evidencia el tránsito de un espécimen solitario por el mundo, un ejercicio que no es más que el ejercicio de reconocer su propia existencia y humanidad en el mundo.

Pueblos futuros
Portada álbum Pueblos futuros
// Cortesía artista

Andrés Gualdrón concibió una nueva rama de su árbol genealógico musical llamado Animal Blanco. Se trata de su primer álbum, Pueblos Futuros. Lean aquí la reseña y su descripción, canción por canción, de este lanzamiento.

Por Daniela Chavarro Trujillo

Hace 16 millones de años, transitando por las tierras que hoy nosotros habitamos, existieron criaturas a las que llamamos dinosaurios y que, bajo el brillo de un luminoso meteorito, perecieron, dándonos paso para construir metrópolis gigantes de calles pequeñas por las que actualmente transitamos.

En ese egoísmo de hacer las cosas a nuestro tamaño, pensando como amos y señores de la tierra, retornó un espécimen, que al llegar a la ciudad se dio cuenta que ya no cabía en ella.

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Es con esta narración, enternecedora y triste, Andrés Gualdrón, conocido por una variedad de propuestas musicales que han avivado constantemente la escena independiente de Bogotá, inaugura una nueva rama de su árbol genealógico musical llamado Animal Blanco.

Es un proyecto cantautoral, íntimo y revelador en sus búsquedas. La singularidad del nombre, tras haber pasado por la agrupación Animales Blancos, se ancla a mi parecer, constantemente, a ese sencillo apertural, un T-rex que llega después de haber andado en grupo como un ser único con historias propias para contar. Así se desarrolla este primer trabajo llamado Pueblos Futuros.

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Las temáticas por las que este disco transita exploran la intimidad de un dolor palpitante y al mismo tiempo el misticismo de la cotidianidad en la que este espécimen solitario se mueve. No tiene un cardumen, o una bandada.

Y es que nosotros, pese a que como humanos somos seres sociales que constantemente nos repetimos la importancia del vivir en comunidad, reconocemos nuestra individualidad en esa particularidad de los sentimientos que nos habitan, en el espíritu que nos permite sentir dolor y sufrir, porque aunque ese sufrimiento lo reconozcamos como algo universal, solo nosotros comprendemos cómo se manifiesta en nosotros mismos, pese a que el otro también diga sentirlo.

En ese sentido, no importa cuán acompañados estemos por los vecinos. Seremos siempre animales moribundos y solitarios que transitan apenas lo desconocido de sí a través de la experiencia con el mundo. Así se nos permite acercarnos a este trabajo musical, desde la escucha al dolor ajeno, aunque sintamos dolor también.

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Terror, la canción que apertura este trabajo, gira el malestar del desamor en torno a la metamorfosis del otro, aquella alucinación constante del que ya se fue y se convierte en un monstruo acechante que acaba con la poca paciencia de quien se recupera, es casi que una pesadilla interminable que se clava y se reproduce en loop.

Esto se soporta también en la melodía que acoge la guitarra, insistente y golpeada. Caso contrario a lo que escuchamos en Amapola, una melodía mucho más suave, que se mueve como las flores a través del viento, fenómeno que se nos describe más a fondo en Viento del Viento, que también se entona desde ese sentir etéreo y sublime.

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Amapola es dolorosa y tranquila, un soplo frío pero vivaz. Aquella pesadilla que se enuncia se ha transformado y ya no es un sufrimiento privado, es un acogimiento universal del recuerdo, una compresión de que el ausente realmente no se ha ido, solo se ha repartido. La búsqueda de aquello perdido termina cuando se reconoce el rastro como la nueva forma de esa existencia que en algún momento fue un cuerpo unificado.

Pero no es solo este tema el que se toca a lo largo de este disco.No es solo ausencia, también son los terrenos inexplorados que transita el que solo se tiene a sí mismo, enfrentado a ellos como un batalla. Carcaj de Flechas Blancas es eso, una guerra con 300 mapas, sin la intención de perder.

Huir parece también aquí un acto de resistencia, después de haber elegido como especie ser sedentarios; parece que fueran fragmentos de Las Ciudades Invisibles, en ciudades con ombligos y ruinas blancas. Es casi tan agresiva como Suerte y Muerte, la cúspide tensionante del álbum.

Casi que un manifiesto a llevar la contraria, sienta una posición personal y también una muestra de su poética como artista para todo aquel que lo conoce, siempre dado a la experimentación y lo no convencional. Es la expresión máxima del espécimen solitario que se devela en este trabajo y su respuesta es clara y concisa: “tú castras todo lo que ves, pero tú empujas todo hacia el andén, pero tú eres tan inconsecuente, pero tú quieres lacerar mi mente”.

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El último corte tiene otro cambio temático sutil pero notorio, porque aunque existe una insistencia en recurrir a imágenes relacionadas con la naturaleza y el mundo, las tres últimas canciones se enmarcan en un tono más místico y primigenio.

Mantiene la constante búsqueda del hechizo, pero se enfoca también en el abrazo de la historia. Así abre espacio al corte dedicado al enigmático Indio Amazónico, reconocido localmente como un hito de la brujería citadina, la cúspide de la simbiosis.

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El cierre, Señora de los Valles de Sal, no es menos que la contemplación del misterio de la naturaleza, una de las canciones más hermosas, líricamente hablando, de todo el trabajo. Aunque el mérito se lo lleva el disco como un cuerpo completo, en la compañía la producción de Eblis Álvarez y las colaboraciones de Saable y Daniel Montañez.

Este álbum, que pinta como uno de los álbumes favoritos para este año, es una gran faceta de este artista, que evidencia el tránsito de un espécimen solitario por el mundo, un ejercicio que no es más que el ejercicio de reconocer su propia existencia y humanidad en el mundo.

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