“Si pierdo, quiero que quede correctamente caracterizado como una gran victoria”, le dice el candidato presidencial de ultraderecha en Succession Jeryd Mencken a Roman Roy en la noche de elecciones de Estados Unidos. El hijo menor del magnate Logan Roy entiende el mensaje. No sabía que otra de tantas derrotas le vendría encima pronto, y que tendría que simular un triunfo con la cara ensangrentada, sin que alguien cuidara su espalda.
Por Juan Diego Barrera // @balandro99
Días después, como último CEO familiar de Waystar Royco, tuvo que posar sonriente para las cámaras que anunciarían la venta del imperio de su padre. Mientras firma los documentos, Lukas Mattson clava más el puñal acercándose a su oído, seguro burlándose, seguro recordándole la soberbia con la que le aseguró que jamás tendría la empresa en su poder. Otra humillación. Todo el dinero del mundo; ni una pizca de poder.
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Esa misma tarde, tomándose un trago a solas, Roman sonríe en silencio. ¿Se ríe de su humillación final o celebra, por primera vez, la libertad, el inicio de una vida en sus términos?
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Succession no es la historia de unos hermanos en disputa por ser el siguiente en el trono. Es una actualización de King Lear, de Shakespeare, y el drama de una sucesión de repeticiones en la vida de unos hermanos a los que les tocó un padre que a la vez era un laberinto.
Hagamos un balance de lo que hizo de esta una de las series más interesantes de los últimos tiempos.
Succession dentro del género “Eat the rich”
La serie creada por Jesse Armstrong hace parte de dos categorías importantes para el cine y la televisión de nuestros días. La primera es la tendencia de títulos como The White Lotus o Parasite: narrativas que se enfocan en la desigualdad y lo inherentemente grotesca que es la comodidad de pocos a costa de la explotación de muchos.
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En ese esquema “eat the rich”, Succession se desmarca del resto. Primero, porque desde el manejo de cámaras, la producción y el guion, pone su foco solo sobre los altos círculos del poder. Sin romper la cuarta pared o ser un falso documental, es muy similar a la forma en la que The Office logra construir la idea de la cotidianidad de su empresa: permite ver su trasescena, su fragilidad y cuán medido y controlado se espera que sea su performance ante el mundo.
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En ese proceso de humanización, las piezas psicológicas que compartimos todos —los traumas, el duelo, la ira, los gustos— encajan en los contenedores de personajes cuyo equivalente real asumimos como gente de otro planeta y con otros problemas.
La segunda es que, al estilo de Shakespeare, Succession difiere de otras historias sobre la riqueza mórbida porque el poder de los personajes amenaza constantemente con escapar. Al ser todo lo que tienen, es una cuestión de supervivencia. Los Roy no tienen un lenguaje que no sea el de los negocios, como deja ver la sustitución de las emociones reales por los argumentos que da Shiv sobre la conveniencia de que ella y Tom sigan casados. No son parte de una secta tipo Eyes Wide Shut, ni se ahogan en ocio como en Gossip Girl ni son ciegos ante la diferencia de clase como en Parasite. Son personas atrapadas “del lado afortunado” del mundo y constantemente expuestas, a través de Connor, a la realidad de que su escape de la empresa paterna no les dará una vida tranquila, sino que los convertirá en una burla.
“Dear world of a father”
El otro legado en el que se inscribe Succession es el de los grandes guiones de HBO que se permiten la exploración de la endogamia en contextos de poder. Son muchas las obras de la productora que están dedicadas a imaginar la vida de ciertas élites y las implicaciones que tiene pertenecer a ellas para quienes las conforman. Caben en la categoría, por ejemplo, la mafia de Los Soprano o las casas del universo Game of Thrones.
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Pero ni en esas grandes historias de sicarios, ejércitos y dragones hubo una figura paterna tan capaz de proyectar aparente omnipotencia como Logan Roy. Se debe, en parte, a que la historia de Succession es contemporánea: está diseñada usando familias billonarias como los Murdoch de referentes, muestra las dimensiones colosales de las decisiones de la serie y está situada en una ciudad símbolo del alcance global y local de Waystar Royco.
Por eso el peso de las acciones del patriarca es comprensible para la audiencia en un nivel más cercano que cualquier “Boda Roja”. Encima, Logan está construido como un personaje implacable, siempre un paso adelante, siempre inevitable, siempre con sus hijos en la palma de su mano.
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Claro, la mortalidad de Logan se hace notar a través de su frágil salud y eventual muerte. Pero, justamente, buena parte de esa aparente omnipotencia surge de los efectos que sigue y seguirá teniendo el padre sobre el mundo y sobre su familia aun después del magnífico tercer episodio de esta temporada, cuando falleció.
En el penúltimo capítulo, cuando Shiv improvisa el obituario de su padre luego de que Roman colapsara en medio del funeral, lo despide diciéndole “querido mundo de padre”. Logan marca por completo la psiquis de sus hijos, y su legado es tanto el mundo que habitan como el desdén que este tiene contra ellos.
Las primeras tres temporadas fueron mostrándonos cómo Logan es un laberinto lleno de trampas para sus hijos. La cuarta empezó con la ficción de que habría un intento probable de matar al padre simbólicamente al acabar con su legado para romper con el poder que tiene sobre las vidas de Kendall, Roman y Shiv.
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En cambio, terminó mostrándonos que salir de la empresa no es curar a los niños que aún claman, adentro, por la atención de un padre, al menos como regaño —que llega de la madre en la preciosa escena en que los tres juegan en la cocina tras su fugaz acuerdo.
Más temprano en la temporada, la muerte de Logan diluye el acuerdo con Pierce, la posibilidad de construir una empresa propia y muchos otros cabos sueltos. El padre-mundo define lo que es y no es posible. Más allá de él, de lo que implican las exequias, de la dirigencia de Waystar, no hay nada.
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De ojos, “optics” y miradas
En el último episodio de Succession, la madre de Kendall, Siobhan y Roman recibe a sus hijos en casa. En un cruce de palabras irrelevante para la trama, le dice a su hija que aborrece los ojos, la idea de “tener gelatina o huevos en la cabeza”.
Si el título del capítulo final, “Con ojos abiertos”, no lo hacía lo suficientemente evidente, el comentario no es tan gratuito como parece. No es solo que los Roy no puedan ver en los ojos de los otros o apelar a ellos con una mirada honesta. Es que las conclusiones de cada historia de la serie están en los ojos de sus personajes —como en los del rey Lear y el conde de Gloucester en la obra de Shakespeare.
Hora y media después del encuentro familiar, Kendall ahorca y aplasta los ojos de Roman luego de actuar como su padre y someterlo a maltrato en medio de un abrazo para ponerlo de su lado. Después, Logan pierde en la votación de la junta, y su mirada derrotada abandona la oficina. Todos, con ojos bien abiertos, vieron la pelea de los tres Roy en su oficina de cristal. Todos saben de la caída desde que Shiv se quedó dudando, mirando al piso antes de votar.
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Finalmente, lo último que vemos de cada hermano es que mira a un lugar distante, pero no a unos ojos: al mar, afuera de un carro, a la nada.
La serie no quiere sentenciar que los hijos de esas grandes figuras que interesan a historiadores y marcan la pauta del mundo estarán por siempre viviendo en su sombra.
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Por el contrario, habla de que los ciclos de violencia, como la que sufrió Logan de pequeño, son amplificados por el poder que permite nuestro sistema capitalista y la glorificación de quienes llegan al poder “viniendo de cero” como Logan. De no romperse, la violencia se reproduce como desprecio al mundo, como sentido de la justicia distorsionado y como abuso físico y psicológico.
Así, el ego inculcado llevó a Kendall a cavar su propia tumba y amarrar al amigo y guardaespaldas de su padre a sí mismo, como recordatorio anticipado de su propia derrota. Lo mismo con Shiv, que terminó sin poder y en el rol despreciado de esposa silenciosa que su padre le dio a su madre y al que poco antes se refirió para burlarse de Willa y su dependencia a Connor.
Este último siguió intentando abandonar las cosas de su padre al menos parcialmente, y reafirmar el abandono al que fue sometido de pequeño a través de sus intentos desesperados por comprar el amor de Willa. Y aunque en redes sociales algunos piensan que la mencionada sonrisa de Roman es de felicidad por la libertad conseguida, parece más la risa nerviosa o sarcástica que surge en él en reacción al maltrato o cuando ve a Gerri. La pérdida de Waystar simboliza la mayor humillación, que él mismo formuló a Kendall momentos antes: que no son nada, que no son nadie.
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Nunca importaron realmente las palabras técnicas del mundo financiero, las juntas, sus reglas, la sensación de ultimátum, sino la sutil sugerencia que hace la serie de que el inconsciente lleva a estos hermanos a repetir una y otra vez lo mismo, lo funcional a que Logan siga siendo único. Esa es la mirada de ojos más abierta. La que ve el vacío. La que entiende que el laberinto es demasiado grande, demasiado hondo, como el agua que Kendall una y otra vez intenta nadar para liberarse.