Empecemos por lo obvio: no hay hit musical sin letra ni composición. El fuerte de una canción comercial es su letra; muchas veces, resultado del trabajo creativo de un número reducido de personas. Sin embargo, hay casos -y no son pocos- en los que personas ajenas a la creación de un tema aparecen en los créditos. ¿Qué carajos hacen ahí? Contenido relacionado | Compositores de canciones de Shakira, Dua Lipa y Sam Smith exigen un pago más justoAnteriormente, la manera más fácil de conocer quién estaba detrás de una canción era ojeando el librillo que venía en el empaque de los CD. Hoy, es bien conocido, lo que se vende la música en formato físico es poco. El consumo está concentrado en las plataformas digitales y, por lo menos en algunas de ellas, es posible ver los créditos de las canciones. Esta información es suministrada por el sello que las publicó.Cualquiera puede hacer el ejercicio. Es sorprendente ver canciones en las que hay más de ocho personas detrás de una sola composición. De entrada, cuesta trabajo entender por qué detrás de la letra de una canción hay tantos involucrados. Pero esa es la realidad: para que una canción vea la luz tiene que pasar por muchas manos, decenas de modificaciones y varias negociaciones.La discusión ha tomado mucha relevancia en cada una de las aristas de la industria musical después de que The Pact, un colectivo integrado por importantes compositores anglosajones, publicara una carta en la que hacen oficial su descontento con esta práctica. En este documento Emily Warren, Ross Golan, Savan Kotecha, Tayla Parx, Justin Tranter, Ian Kirkpatrick, Amy Allen, Scott Harris, Lennon Stella, Billy Mann, Shae Jacobs, Joel Little, Deza, Jordan McGraw, Neil Jacobson y Tobias Jesso jr. coinciden en que el negocio de la música debería ser más justo para todos y explican que muchas veces el ingreso monetario de los compositores es exclusivo de las ganancias que dejan sus acuerdos, pero que muchas veces esos convenios no generan el dinero que corresponde porque hay algunos agentes que se atribuyen créditos que no les corresponden y quitan a los creativos el reconocimiento que se merecen. En la carta los firmantes resaltan que son unos genios en su profesión y que muchas veces no obtienen el reconocimiento que merecen. Allí se añade que ellos, con la importancia que han obtenido dentro de la industria por su hits musicales, “no darán crédito de publicación o composición a nadie que no haya creado o cambiado la letra o melodía o contribuido de otra manera a la composición sin un intercambio razonablemente equivalente / significativo para todos los escritores de la canción”.En esta carta también subrayan que la idea no es demeritar el trabajo de los diferentes agentes que ayudan a que una canción se publique sino que se les respete a los compositores su puesto: "simplemente pedimos que se dé crédito donde se debe dar y que solo tomemos crédito donde se merece".(Acá pueden leer la carta completa de The Pact)Es un tema del que muchos prefieren no hablar, pero hay quienes están a favor y en contra de que en los créditos de composición de una canción no aparezca sólo aquellos que la crearon.El abogado de entretenimiento Santiago Sanmiguel, profesor universitario y socio de la firma legal Derecho Rock, explica: Aunque el compositor es quien crea una obra que puede (o no) generar dinero, hay otros jugadores en la industria que ayudan a que se materialice el éxito de esa obra en tanto negocio. Es decir, que ayudan a que genere ganancias. Y es por eso, justamente, que es común que hablemos de la música como una industria. Juan Vargas es fundador y CEO de JC ENTERTAINMENT & TERRICOLAS MUSIC. Una organización que reúne a un grupo de productores y compositores que generan música para artistas latinos como J Balvin, Juanes, Maluma, Karol G, Sech y Arcangel, entre otros.Juan considera que “mucha gente no logra entender por qué personas como yo están dentro de esos créditos. Es porque no conocen el proceso de la canción. Puede que el compositor la escriba, pero la canción se puede quedar en el cajón si no se le hace la gestión que hace el productor ejecutivo para que la grabe alguien como Maluma (...) Uno tiene participación porque es el que logra que esos hits salgan a la calle y puedan tener un buen resultado; obviamente, hay casos en los que entra gente en esos créditos que no tiene nada que ver, pero eso hace parte de negocios internos”.Los productores musicales J Cortes y YounCrunk, conocidos como The Prodigiez, han trabajado durante más de 10 años en la industria musical. Aparecen como productores ejecutivos de canciones como Imposible (Remix) de Blessed y Maluma. Los dos tienen un sello discográfico y allí tienen firmado al compositor Philip Ariaz, que ha escrito para Chocquibtown, Becky G, Matisse o D-Vicio.Ellos coinciden en que si una persona no hizo parte del proceso creativo no debería ir en los créditos de composición. “A veces hay muchos conflictos en las canciones porque los empresarios de la música quieren figurar en los créditos y eso se presta para problemas legales y enredos, la mejor opción para que eso no pase es hacer un contrato privado donde se especifica que esa persona colaboró a que el proyecto se diera y que va a tener un % de ganancias de esa canción, pero sin que aparezca en los créditos como compositor”.***No hay dudas que en la industria hay muchos jugadores que ayudan a que una canción sea un hit, pero eso necesariamente no los debería hacer partícipes de los créditos creativos de la canción. Sanmiguel, quien también es compositor, sugiere que los artistas deberían cargar siempre un formato en el que se especifique desde la primera sesión de trabajo a las personas que crearon música y letra de una futura obra musical. Añade que “si alguien no es compositor no debería apropiarse de esa figura".Jose Baquero es A&R Manager de Sony Music Publishing Colombia, pero también es músico y autor de canciones para la agrupación Wamba. Él cree que esta práctica debería regularse y una forma de hacerlo es dejando claras las reglas desde el principio: “Mi opinión es que en un split (documento de reparto de derechos para co-autores) sólo aparezcan los creativos de la canción. Pienso que es un tema ético en el que uno tiene que respetar el trabajo de los demás y hacer valer la paternidad de las obras”.**Juan David Castaño es el nombre que se lee en los créditos de las canciones que ha escrito (o mejor, co-escrito) el cantante Llane. Él opina que la música es un negocio y que cada uno debe cuidar los intereses de su trabajo: “A todos nos ha pasado que toca sacrificar algunas cosas para obtener otras, como en todo negocio. Yo no lo veo grave, en mi caso trato de que todo sea legal y darle a cada quien lo que le corresponde. Lo complejo es cuando se van a abusos, pero es normal ver esta clase de cosas”.Juan Morelli ha sido nominado dos veces al Latin Grammy como compositor. Ha escrito para Gente de Zona, Camilo, Evaluna, Mau & Ricky, entre otros, y conoce bien sobre esta práctica que, como muchos lo han señalado, es una forma de negocio. “En la honestidad está el secreto para la felicidad y la tranquilidad, pero depende de lo que pasa adentro y de las cosas que se acuerden en privado”. ***Así como un libro se publica con el nombre del autor en las composiciones musicales debería ocurrir lo mismo. Mientras que los artistas consolidados pueden acumular ganancias por otras vías como el merchandising, las giras de conciertos y los patrocinios, quienes están detrás de la composición de las canciones solo obtienen ingresos por la obra a la que aportaron. Ellos no se construyen como marca frente al público. Su capital es su obra y su capacidad de intervenir en el proceso creativo.¿Podemos saber cuánto del éxito de una canción se debe a la composición y cuánto al mercadeo y distribución? Seguramente no, pero detrás del tan mentado negocio está esa categoría abstracta que debería dar a cada uno lo que es suyo: el reconocimiento. Lamentablemente, las plataformas de streaming no permiten categorías de distinción entre quienes ejercen la labor creativa y la mercadotecnia, como sí ocurría en los librillos de los discos en los que, a veces, se mencionaba a productores ejecutivos o A&R. Las categorías jurídicas también parecen insuficientes para la música. Sobre todo cuando hay tantas partes involucradas en la creación y en el desarrollo de una obra. Defender la obra debe ser el fin y los estrategas que apoyan e impulsan el producto deben entender que su trabajo tiene que ser reconocido en otros espacios, pero no en los créditos de una obra a la que no aportaron ideas musicales.La industria musical es desigual: la plata está represada en los grandes nombres y es importante que estas discusiones se abran para que haya equidad donde se le dé mérito a la labor de cada involucrado. Naturalizar esta práctica puede no solo desdibujar la importancia del trabajo artístico al fundirlo con el trabajo mercadotécnico, sino que puede restar beneficios a aquellos que deberían obtener mayor reconocimiento por su trabajo: los músicos. Como dice la carta de The Pact: “estamos todos juntos en esto, y todos nos necesitamos los unos a los otros para que esta rueda siga girando. Así que comencemos a actuar como tal”.¡La música nos une!
2020. Qué año. Un virus microscópico se expandió por el mundo y nos forzó a vivir dentro de un capítulo de Black Mirror. Qué digo un capítulo, una temporada completa en la que la vida ha estado al servicio de la tecnología más que antes.Por Vanessa Velásquez Mayorga // @vanessavm__Antes del 2020 yo asociaba la palabra “virus” con mi computador, con un programa malicioso que descargaba sin querer junto con algún torrent para descargar una película y que, en retaliación por apoyar la piratería, se instalaría en mi equipo para ir dañándolo poco a poco.Ahora la palabra “virus” me evoca muchos significados más. Pienso en Wuhan y el pelado colombiano que decidió quedarse allá. Pienso en la cuarentena y los más de 8 meses en los que nos cambió la vida y tuvimos que aprender a existir adentro y aislados. Oigo la palabra “virus” y pienso en UCIs, vacunas e hisopos que te meten por la nariz. Pero sigo pensando en computadores. Es inevitable. El Coronavirus nos volcó, más que nunca, hacia las pantallas. Y no sé ustedes, pero yo, ocho meses después, ya estoy agotada.Como todo con el Coronavirus este agotamiento ante las pantallas es nuevo y fue recientemente bautizado como “Zoom Fatigue” o fatiga de zoom en español. El término describe la sensación de cansancio, preocupación o agotamiento asociado con el uso de plataformas de comunicación virtuales como Zoom, Skype, Hangouts o Teams, y comenzó a aparecer en medios de comunicación y portales científicos a mediados de mayo.En diciembre, ocho meses después, el fenómeno sigue en aumento. Las cuarentenas, restricciones y medidas para evitar la propagación del virus se han mantenido en gran parte del mundo, y aunque varios países han reactivado varios sectores económicos, los ciudadanos, hartos del encierro, se han pasado las precauciones por donde sabemos. Mientras tanto, la vida diaria de todos se ha visto modificada y desplazada al plano de la virtualidad.El 2020 fue el año en que definitivamente nos instalamos detrás de las pantallas para existir. La migración iba a pasar tarde o temprano. Cada año pasamos más tiempo conectados a dispositivos electrónicos, ya sean computadores para trabajar o estudiar, celulares para mantenernos conectados con el mundo o televisores para entretenernos. Sin embargo, había pausas para socializar. Teníamos momentos específicos en los que las pantallas no nos dominaban, en los que podíamos desconectarnos del mundo por un rato. Antes del virus las pantallas, si bien eran comunes, no eran la constante.Después del virus las pantallas han sido la herramienta que nos permitió seguir con nuestra vida normal. Gracias a Zoom, Hangouts, Teams o Skype pudimos seguir realizando actividades básicas para la vida, como trabajar y estudiar. Y claro, socializar. Pero no es razonable pedirle a nuestro cerebro que cambie su manera de funcionamiento y procesamiento de estímulos así como si nada. Hay varias hipótesis sobre por qué esta hiperconectividad y exceso de videollamadas nos tienen exhaustos.Si buscamos la explicación en la neurociencia podemos entender cómo opera la fatiga mental, que aparece cuando la evaluación que nuestro cerebro hace entre costo y beneficio de nuestras acciones no es satisfactoria.El portal Psychiatric times lo explica así: cuando obtenemos un beneficio se activan las estructuras del cerebro que liberan dopamina, aumentando así nuestro estado de alerta, energía y motivación (o sea, generando en nuestro cuerpo lo opuesto a la fatiga).Y es que después de meses viéndonos las caras a través de una pantalla, teniendo videollamadas que pudieron haber sido un correo y viendo gente solo por medio de estas herramientas en poco tiempo dejamos de ver algún beneficio en ellas porque todas caen en un patrón y la sensación es que cada videollamada es igual a la anterior. Además, a este método de comunicación le faltan elementos y nuestro sistema de recompensa deja de activarse. Con quién nos vemos, en qué circunstancias y qué ocurre dentro de la interacción son detonadores en nuestros sistemas de bienestar.En esta nueva normalidad nos hace falta relacionarnos físicamente con los otros y esa falta va mucho más allá de la simple socialización. Como dice Gianpiero Petriglieri, profesor de comportamiento organizacional en el Instituto Europeo de Administración de Negocios: No nos sirve la ficción de la presencia. Nos falta el otro porque solo así hemos aprendido a comunicarnos. Y esta sería la explicación psicosocial de la fatiga que nos generan las videollamadas. Cuando nos conectamos a Zoom carecemos de algo que es importantísimo para nuestra manera de relacionarnos con los otros: la expresión corporal y las señales no verbales que nos permiten mantener conversaciones fluidas, amenas y que no nos exigen (tanto) esfuerzo.En la vida pandémica hay dos escenarios de conversaciones, los dos igual de agotadores. Parémonos en el primero: videoconferencia entre 10 personas donde las 10 tienen la cámara prendida. En una conversación cara a cara podemos fijarnos en las expresiones no verbales de nuestros interlocutores de manera inmediata y así modificar nuestros discursos. En una videollamada tenemos que estar atentos a diez miniaturas (la nuestra incluída), algunas con delay entre el audio y la imagen, y nuestros sistemas de respuesta se ven sobreestimulados por cada pequeño movimiento que pasa dentro de la pantalla.Y si nos ponemos del lado contrario, en videollamadas en las que nadie prende la cámara, el agotamiento se da porque nuestros sistemas de alerta trabajan el doble, atentos de cualquier guía no visual que indique algún cambio en la conversación, igual a lo que pasa cuando hablamos por teléfono y no sabemos cómo está reaccionando nuestro interlocutor. Solo que en las videollamadas tenemos muchos interlocutores sin rostro.¿Ese silencio significa que debo hablar ahora? ¿Será que se le cayó la conexión y no ha terminado? ¿Si no han respondido a mi intervención es porque no les gustó lo que dije? La falta de estímulos visuales hace que esa evaluación de costo-beneficio que hacemos inconscientemente (lo que les explicamos más arriba) tienda a ser negativa, generando agotamiento.Las explicaciones anteriores aplican para actividades laborales y de ocio, pero vale la pena añadirle una patica a este agotamiento: no cambiamos de espacios. Y aunque un día trabajemos desde el escritorio, otro desde el comedor, otro desde la cama, seguimos utilizando la misma herramienta para todas las actividades, sin tener espacios en blanco entre la una y la otra. Nos hace falta espicharnos en el transmilenio, la caminata entre nuestro hogar e ir a tomar el bus, el café de greca de la oficina. Actividades en las que nuestro cerebro descansa un ratico para luego pasar a hacer otra cosa.¿Qué diferencia hay entre conectarse a una videollamada de trabajo a una con nuestros amigos? Tal vez que en la segunda podamos hablar mientras nos tomamos un trago sin que nos juzguen, pero de nuevo, después de varios meses comunicándonos de esa manera comienza el agotamiento y cada llamada se vuelve igual a la anterior.A pesar de todas las posibles hipótesis y explicaciones, hay algo que es innegable: el Covid nos cambió la vida y no hay transición sencilla para aprender a existir de la manera en la que hemos estado viviendo durante los últimos ocho meses, por más que la tecnología pareciera haberlo logrado. Y es que sí, seguimos trabajando con relativa normalidad, socializando en la medida de lo posible y buscando espacios de ocio esporádicos, pero es válido decir que todo esto lo hacemos, tal vez por vez primera, siendo conscientes de nuestra mortalidad porque hay un virus que ha causado millones de muertes a nivel global. Y adivinen: saberse mortal es agotador.La vida antes era más fácil y menos agotadora porque al menos no teníamos encima el peso de saber que en cualquier momento podríamos contagiarnos de un virus del que poco se sabe pero al que hay que tenerle miedo. Tal vez sería más fácil entender el encierro, aceptarlo y adaptarnos a él si no fuera nuestra única opción, si no estuviéramos obligados a mantenernos adentro y relacionarnos exclusivamente a través de las pantallas porque cualquier salida, cualquier contacto, representa un riesgo mortal. Sería más fácil pilotear el agotamiento si pasáramos más tiempo al sol y menos tiempo frente a una pantalla del computador fingiendo que la vida es igual que antes. El agotamiento tal vez no está en la disonancia cognitiva entre estar presente sin en realidad estarlo, ni en el poco beneficio que encontramos en volver a conectarnos una vez más y así hasta la posteridad. El agotamiento está, tal vez, en la suma del miedo, la incertidumbre, la rutina y el hastío colectivo de las más de 300 millones de personas que a diario se conectan a Zoom a reuniones que pudieron ser un mail, pero a las que seguimos conectándonos porque es nuestro única manera segura, por el momento, de estar con los otros.El agotamiento es la respuesta natural a este 2020 demencial, imprevisible y atípico, y sería absurdo pensar que el 2021 nos dará tregua. Ojalá, antes de que nos vacunen, logremos descansar de esta realidad remota con microsegundos de delay y problemas de conexión.
A inicios de marzo, cuando salí algo trastornada de las salas de cine de Unicentro después de ver Parasitos en una función de medianoche, nunca pensé que pasarían 10 meses antes de que volviera a pisar un teatro.10 meses en los que me cambió la vida. En los que nos cambió la vida. De repente, nos encontramos ante un panorama en el que nuestras actividades de ocio favoritas representaban un peligro mortal, y aún lo son. Sin embargo, en estos meses de aislamiento en los que salas de cine, de conciertos, librerías y restaurantes han estado cerrados, hemos tenido el tiempo de entender mejor cómo funciona este virus que nos forzó a aprender a vivir de otra manera.Escribo este texto porque volví a cine. Salí de mi encierro autoimpuesto para cuidar mi salud para ir a encerrarme en una sala de cine, también para cuidar mi salud, pero mental. Eso sí, sin todo el ritual que esta acción implica. Revisar la cartelera de estrenos, los horarios disponibles, coordinar con mi pareja o mis amigas el plan de la noche. Llegar a los teatros y hacer las filas. Tomarme mi tiempo revisando el menú de la confitería para terminar, como siempre, eligiendo un combo de palomitas y bebida medianas con un sánduche de queso y una adición de queso cheddar. Esta vez el ritual faltó.Sin embargo las salas están abiertas y podemos ir. Desde el jueves 26 de noviembre el gobierno nacional dio la autorización para que los teatros y las salas de cine abrieran al público siguiendo un protocolo estricto de bioseguridad que además de limpiarse la suela de los zapatos y hacer maromas para poder aplicarse gel antibacterial en las manos mientras se carga una bandeja con palomitas de maíz, implica un gran trabajo de parte de las acomodadoras para asegurar que haya al menos dos metros de distancia (en todas las direcciones) entre los asistentes. Entonces, después de seguir todas las indicaciones, tras 10 meses de mi última visita volví a una sala de cine y todo fue diferente. No hay filas, pocos compran boletas. La cartelera no tiene una larga lista de estrenos entre los cuales escoger. Nadie se sentó a mis lados, ni en frente, ni detrás de mí. La confitería tiene un menú limitado y no pude disfrutar de mi sánduche de queso con adición de cheddar. La sala no huele solo a crispetas, también a alcohol. A pesar de que va gente, a pesar de ser un estreno, la sala estaba casi vacía, éramos pocas almas sentadas en la oscuridad, delante de una gran pantalla, viendo juntos Tenet, la última película de Christopher Nolan.Los teatros y cinemas han sufrido durante esta pandemia y esta reapertura les ha implicado mucho trabajo para poder garantizar la supervivencia de sus negocios. Todas estas medidas, todos estos cambios son esfuerzos, pequeños sacrificios, para que podamos seguir disfrutando de estos espacios en los que tenemos la posibilidad de desconectarnos del mundo real durante un rato. La reapertura de los teatros es un guiño de ánimo para muchas personas. Las salas de cine son un espacio de esparcimiento y entretenimiento que aparece como un oasis en medio de un mundo hiperconectado e hiperestimulado que nos exige estar 100% disponibles para todo. Un momento de silencio, de estar en el momento. Eso es, para mí, el acto de ir a cine.Y es que a pesar de que todo haya cambiado, de que las experiencias no sean iguales, dentro del teatro hay muchas cosas que se mantienen iguales. El olor de las palomitas que impregna toda la sala, olor que ahora se confunde con el del antiséptico que dan a la entrada. La emoción de los trailers de películas nuevas, que aunque pocos, siguen llenándonos de expectativa de tan solo pensar en el plan de ir a ver estas nuevas películas. El escalofrío al ver los créditos de inicio y el mar de emociones, una tras otra, que compartimos con decenas de desconocidos que están, junto a nosotros, perdiéndose en la historia que se proyecta en la gran pantalla. Que los teatros estén abiertos significa que existe un espacio en la ciudad en el que podemos refugiarnos de todo. Un espacio en donde no están permitidos los celulares, las distracciones y en el que podemos sumergirnos de cabeza en una historia paralela a la nuestra. Durante un par de horas todo a nuestro alrededor se pausa y tenemos la oportunidad de sorprendernos, conmovernos y asombrarnos con el arte de otros.El 2020 lo ha cambiado todo, y la industria audiovisual y del cine está entre los daños colaterales. En países como Estados Unidos muchos teatros han tenido que cerrar. Aquí en Colombia, aunque varios teatros han abierto, otros, como Cine Colombia, no lo harán al menos hasta 2021. Mientras tanto, seguirán con la modalidad de autocinemas que aunque son una solución viable, no ofrecen la misma experiencia para el usuario. También están las plataformas de streaming en las que constantemente hay nuevos estrenos. Sin embargo, aunque plataformas como Netflix, Amazon Prime Video y Disney+ tienen la ventaja de darnos acceso a millones de contenidos audiovisuales, también han modificado nuestros hábitos al momento de sentarnos a ver una película. Y no lo nieguen: escuchar las dos notas de inicio de una película original de Netflix no es nada como lo que sentimos cuando las luces de un teatro se apagan indicando que nuestra película está por comenzar.Y es que hay pocas sensaciones comparables a estar en una sala de cine compartiendo emociones con un mar de gente. Los brincos de susto al ver una película de terror, las risas cómplices cuando te das cuenta de que no eres el único en la sala que se conmovió hasta las lágrimas. Con ese momento en el que todos suspiran sorprendidos con el plot twist inesperado. En mi regreso a cine salimos todos confundidos, rascándonos la cabeza queriendo entender los alcances de la propuesta temporal que hizo Nolan en Tenet. Nada se compara a la sensación de salir del teatro y escuchar las opiniones y teorías de otros grupos de personas que vieron lo mismo que tú pero lo entendieron de una forma distinta. Con escuchar a los otros planear su regreso a la sala, su repetición de la película, sus observaciones sobre la banda sonora, las actuaciones, la historia. Tras 10 meses de encierro, volver a una sala de cine se sintió como volver a uno de esos lugares donde me refugio del mundo. Uno de esos lugares a los que vuelvo, al que volvemos, porque ahí somos felices. Fueron dos horas sin celular y sin notificaciones. Dos horas en las que no pensé en el Coronavirus, ni en la lista de pendientes para el trabajo. No pensé en el almuerzo, no contesté mensajes. No estuve disponible para nadie que no fueran John David Washington, Robert Pattinson y lo que pasaba en la pantalla de dos metros. Estuve sola, desconectada, sentada en una sala oscura, y fui muy feliz. Extrañaba muchísimo la experiencia de ir a cine, de suspender el tiempo por un rato y de salirme de la realidad, refugiarme entre las tres paredes del teatro y la pantalla gigante por el tiempo que dure una película. Tras 10 meses de pandemia que los teatros hayan abierto es saber que mientras todo pasa y a pesar de que nada será igual, siempre tendremos un balde de palomitas calientes esperándonos en la entrada de nuestra sala de cine favorita.
La reciente oleada de escraches ha involucrado hombres de diferentes escenas musicales. Aparte del relato colectivo que se ha levantado en contra de ellos, estas denuncias apuntan a esa figura machista tan típica de años anteriores en la música, y que debemos tumbar de una vez por todas. Por Nathalia Guerrero @nxthxchxs “No tendrán más la comodidad de nuestro silencio”. Repetido por varias mujeres, el mensaje se ha abalanzado como un grito colectivo durante los últimos días en forma de tuit, de historia en Instagram, de estado en Facebook. La frase revive como una consigna permanente luego de cada caso de escrache que surge cuando nos decidimos a denunciar públicamente a los hombres que han abusado de nosotras o nos han maltratado y que, en caso de haber cometido delitos en contra nuestra, permanecen impunes. Desde mediados de mayo de 2020 se levantó otra oleada de escraches por parte de mujeres en Bogotá y Medellín, esta vez a través de Instagram y Twitter. La escrachada (una forma de justicia alternativa feminista) destapó una nueva olla podrida de abuso sexual y maltrato, en la que esta vez terminaron involucrados decenas de hombres vinculados a industrias creativas y diferentes escenas musicales. El escrache masivo inició con denuncias en contra de un grupo de tatuadores de Medellín, por actos de abuso sexual y maltrato en contra de varias mujeres que se fueron sumando a las historias, publicaciones y tuits de denuncia que empezaron a replicarse en redes. Los señalamientos activaron casi que inmediatamente escraches en otros sectores: fotógrafos, integrantes de bandas de hardcore, integrantes de bandas de metal, hombres al frente de tiendas de discos, raperos famosos de Medellín y hasta hombres que integran grupos de skinheads empezaron a aparecer con sus @ de Instagram o Twitter y sus nombres completos en denuncias virtuales que se repetían, cada una contando un relato peor que el anterior: casos que involucraron acceso carnal, denuncias puestas en Fiscalía con las que no había pasado nada, abusos sexuales, violencia física y psicológica, fotos compartidas en grupos sin consentimiento de las mujeres, relaciones abusivas y la complicidad y encubrimiento de bandas, amigos y compañeros de proyectos, se leían en casi todas las publicaciones. El relato propio de cada mujer abusada o maltratada por estos hombres empezó a tejer una narración colectiva, una que apuntaba a lo estructural del abuso y la violencia a la cual las mujeres estamos sometidas constantemente en razón de nuestro género, y en donde en vez de la responsabilidad y la reparación reina la impunidad penal y social. Y en un caso específico que involucra músicos escrachados, ese relato entretejido por todas también estaba no solo señalando, sino ayudando a derribar una misma figura anacrónica en las escenas musicales: la del maldito rockstar. Ese hombre músico, parte de una banda, o parte de un proyecto, o DJ; talentoso a veces, a veces no, y sobre todo famoso, a diferentes niveles. Esa figura típica de las décadas pasadas, que se ha ido desvaneciendo con el tiempo y con la conciencia que hemos adquirido gracias a movimientos como el feminista. Crecimos con ellos. Bandas como los Rolling Stones, Led Zeppelin, o los Beatles nos enseñaron desde la infancia que la música, al menos durante esos años, también se dividía, como todo, entre hombres rockstars famosos y mujeres groupies que buscaban acercarse a estos artistas sin importar el costo, y a las que estos hombres podían acceder cada vez que quisieran. Contemporáneas de las ideas de esa primera revolución sexual de los años 60, la figura de la groupie solo ayudó a engrandecer el imaginario del rockstar, y de esa época se romantizaron varias escenas que a la luz de hoy se muestran aberrantes: menores de 14 o 15 años emparejadas con rockeros adultos, decenas de mujeres a disposición de varias bandas en los camerinos, consumo ilimitado de sustancias y prácticas sexuales donde la única voluntad que interesaba era la del rockero. Los papeles han mutado, pero en muchos casos la dinámica parece ser la misma. Digamos, no hace falta que el rockstar sea ultra famoso: puede ser reconocido entre parches pequeños de la escena, a nivel local o nacional. En todo caso, el rockstar siempre se va a sentir justificado por el entusiasmo de su público, de sus groupies o fans, y por su validación mediática, para creerse con el derecho absurdo de acceder y pasar por encima del consentimiento, el cuerpo, la cabeza y la voluntad de cualquier mujer, incluso menores de edad. El rockstar, antaño, tenía derecho a todo, y nada le era negado. ¿Cuántas callaron en silencio los abusos de esa figura durante tanto tiempo? Relaciones abusivas, abusos sexuales y violaciones, agresiones sistemáticas, humillaciones, irresponsabilidades afectivas. Cuántas dejaron de exigir respeto por miedo al escándalo, por miedo a no ser escuchadas, a que dudaran de su testimonio. A cuántas no nos partió el corazón un rockstar, y parte de la explicación que nos dábamos a nosotras mismas para mitigar el dolor tenía que ver con su estilo de vida, como si hacer música le impidiera a un hombre no responsabilizarse de sus actos y de su manera de relacionarse con las mujeres. Por fortuna, ese rockstar tan universal, tan presente en todas las escenas musicales, desde hace un tiempo dejó de contar con la complicidad de nuestro silencio. Tres integrantes de una banda muy famosa en la escena hardcorera de Bogotá, el integrante de una banda de metal muy reconocida en el país, dos raperos paisas a los que varias mujeres ya habían denunciado antes, el guitarrista de una banda alternativa que ya ha tenido incidentes conocidos por el circuito independiente desde hace años. A todos ellos los denunciaron en esta oleada de escraches, que seguramente volverá dentro de poco, con nombres nuevos. Todos ellos muy conocidos, todos con un público que los ha respaldado por años, y sin ninguna sanción penal, social o de algún tipo hasta ahora. El público y ese estatus de fama del rockstar son elementos claves que determinan las relaciones de poder entre el rockstar y su fan, equiparable a las relaciones de poder presentes en una situación de abuso entre un profesor y su alumna, o un jefe y su empleada. En este caso, el poder del rockstar frente a la mujer de la que abusa es la validación mediática y pública con la que cada uno de ellos cuentan, algo que se traduce al final en credibilidad y apoyo para el victimario. El paradigma, sin embargo, lo hemos ido cambiando, y ese apoyo del público se ha vuelto condena en muchos casos, como ha sucedido en Argentina, donde nos llevan un par de años de ventaja en el ejercicio de tumbar al rockstar, una figura muy arraigada debido al rock argentino. De hecho, uno de los primeros grandes escraches de los que se tiene registro sucedió con un par de rockstars argentinos hace cuatro años. Varias mujeres denunciaron a Miguel Del Pópolo, cantante de La ola que quería ser Chau, y a Cristian Aldana, cantante y guitarrista de la banda El otro yo; ambos con cargos por el abuso sexual y violación de mujeres que, gracias al relato conjunto y a la facilidad que dan las redes sociales para hacer este tipo de denuncias, pudieron denunciar de manera colectiva a estos rockstars. Del Pópolo sigue aún en juicio y Aldana enfrenta una condena de 22 años de prisión. Estos escraches sentaron un precedente para la manera en la que las mujeres argentinas empezaron a entender diferentes nociones de justicia, sanción y reparación, a través de su relato como víctimas. Lo mismo sucedió con la ola de escraches que se denominó #MeTooMúsicos en México, y que terminó con más de 143 denuncias a diferentes músicos, incluido Armando Vega-Gil, ex bajista de la banda Botellita de Jerez, que se suicidó luego de las denuncias. Acá también estamos empezando a replantearnos los mismos conceptos a través de esta herramienta de denuncia pública, que funciona como una instancia de reparación del daño ante la ineficacia de la justicia institucional, como una advertencia a otras mujeres y como un espaldarazo a quienes desean denunciar pero aún no se atreven a hacerlo. Aún hay mucho que repensarse con el escrache, como por ejemplo el punitivismo que ejercemos por cuenta propia, la potencia resocializadora de esta herramienta, o la total falta de ella, pero lo cierto es que esta forma de denuncia está ayudando a cambiar el paradigma y está ayudando a que nos apropiemos de nuestros relatos de maltrato y abuso de una manera pública, colectiva y, en algunos casos, sanadora. También está visibilizando algo que no es nuevo: las escenas musicales del país no son un espacio seguro para nosotras, y están plagadas de violencias físicas, psicológicas, sexuales y económicas para muchas, al igual que el resto de ámbitos privados y públicos de nuestras vidas. Tampoco es nuevo el encubrimiento que hacen de estos rockstars abusadores algunos amigos, bandas, sitios de conciertos, promotores y hasta medios de comunicación, revelando posturas realmente lamentables. Es claro que aún debemos protegernos del rockstar, mujeres. Desarrollemos más estrategias de cuidado entre nosotras, y no se la dejemos fácil a nuestro rockstar local. Denunciemos, alcemos la voz, alertemos a otras mujeres, y sobre todo no normalicemos estas conductas en ningún espacio. Tumbemos también esta figura que tanto daño nos ha hecho, así como nos hemos juntado para tumbar otras estructuras propias del patriarcado. #LaMúsicaNosUne
Cuando eres un metalero gótico de raca mandaca a los 13 años y terminas bailando La Gozadera años después en una discoteca con olor a coco, ya no confías ni pizca en aquello de que “soy muy cool porque a me gusta escuchar tal cosa”. Texto e ilustraciones: Diego Montoya // @chinocarajo Hundí el botón de play hasta que se enganchara en el fondo. Valiéndose de un par de poleas y de las proteínas proveídas por dos baterías ‘doble A’, el mecanismo del walkman estiró la cinta magnética y se la fue llevando desde un rollo hasta el otro. “Cradle Of Filth”, rezaba el cassette en su lado A, “cuna de mugre”. El logo de la banda inglesa lo había dibujado yo mismo con un Pelikan Micropunta; todo el poder artístico de mis 13 años de edad al servicio de una ilegibilidad calculada. Los audífonos bombearon entonces un hizz análogo en mis oídos y, luego, música perfecta: chillidos guturales, guitarras distorsionadas hasta parecer motores, campanas siniestras y baterías tan rápidas que se pregunta uno cuál es el afán. Llegaron entonces imágenes mentales de los Montes Cárpatos en invierno. De bellísimas mujeres de piel anémica sumergidas en tinas llenas de sangre, la que bastante falta les hacía por dentro. Mordiscos en la nuca, tetas al aire, luz de hoguera y colmillos. Satán, el mismísimo patas, haciendo apariciones en la forma de una cabra que ni bala, ni come, ni caga. Gocé durante un rato toda aquella cursilería agresiva hasta que, sin más explicación que un crac, el walkman se detuvo y me dejó a la merced de lo que realmente tenía alrededor. No era un invierno satánico en Transilvania. Era Semana Santa en Melgar –“Nalgar”–, Tolima. Es verdad que había pasado por el municipio de Silvania a bordo de una flota bautizada Trans para llegar hasta el balneario bogotano por excelencia, pero no había visto allí presencias vampíricas en terciopelo, sino más bien fritangas a las que se les “mete el colmillo”. Tampoco había en mi mano una copa metálica rebosante de hemofílico vino tinto; de un vaso plástico bebía más bien una Naranja Postobón color fiebre que, combinada con la leche condensada relamida de una lata minutos antes, me provocaba una leve crisis glicémica. Asimismo, no había sangre en una tina cobriza. En la piscina flotaba, en cambio, una solución de cloro y meados de niño que –hasta hoy lo creo– provee a la gente de un bronceado peculiar. Tampoco veía a mi alrededor mujeres europeas en bola aunque, por fortuna, los coqueteos preadolescentes con Linda Katerine o Mery Alejandra proveían de erotismo las vacaciones de sexto grado. Y por último, el mayor contraste: la ausencia de una banda de metal abundante en ruido y mechas era compensada por aquello que se escuchaba detrás de las chicharras y los juegos infantiles: Boquita de Caramelo, en la voz de Pastor López, sus anillos de oro sudando a más de 30 grados centígrados. Descubría así, en el metal, mi primer esnobismo. Una batalla entre lo que me gustaba más y lo que realmente tenía al alcance de la mano. Había dos identidades opuestas en pugna: ¿yo Pantera, Paradise Lost y Iron Maiden?, ¿o yo Willie Colón, Juan Luis Guerra y Joe Arroyo? Aunque la primera versión me gustaba y de la segunda denigraba, mi biografía musical acabaría pasando del blanco y del negro a los grises, juntándolo todo en un popurrí de difícil taxonomía. Tanto, que hoy no se puede reproducir la música de mi computador en modo aleatorio porque pasa de tocar Fucked With a Knife de Cannibal Corpse a Micaela de Pete Rodríguez. Contenía yo tal faceta chucu-chucu que, uno o dos años después de Melgar, me sorprendería a mí mismo micro-bailando Rikarena en los cumpleaños merengueros mientras departía en la sección de los marginales. Primero, marcaba discretamente el paso de Cuando el amor se daña con el tacón de la bota puntera hasta que, pasados diez minutos, utilizaba entera la mesa de las papas fritas y el ron con Coca Cola como un set de tamboras africanas. Justo como lo hacía en casa: sonaba Ángel Of Death y el escritorio de las tareas se transformaba de inmediato en una batería ochentera, dos bombos, ocho tambores, quince platillos. Y para que los infalibles genes corronchos terminaran de salir a la luz, llegó a mi vida la pista de baile. Al cabo de un par de años, acompañaba con pies, hombros y brazos una percusión salsera mientras cantaba con voz nasal las siguientes palabras: “una aventura es más bonita si no miramos el tiempo en el reloj”. Y aquello, en compañía de una mujer, me parecía una experiencia más divertida que darme en la jeta con los contertulios de Rock Al Parque el día que tocaba Purulent, su bajista vestido con la camiseta de Millonarios. Entre otras cosas porque las letras de las canciones de música tropical son interesantes o graciosas –con excepción de las del vallenato–, mientras que las del metal no le interesan ni a quien las escribe. Bien podría Mikael Åkerfeldt, la mejor voz gutural de la historia, gruñir la letra de La Pollera Colorá y pocos se darían por enterado. Eso sí, ni los bongoes, ni la marimba, ni la trompeta pasan hoy por mis audífonos: los sonidos tropicales hoy se mantienen dentro de las fronteras de la sociabilidad y el festejo, mientras que la “música satánica” reina en la soledad. Porque dibujar, pensar, correr o cocinar mientras escucho a Sepultura me lleva a mejores resultados que cuando se hace al son de Wilfrido Vargas. No obstante el proceso, me enorgullece que yo haya sido capaz de engendrar unos hábitos de escucha que son al mundo musical lo que un ornitorrinco al animal: absurdos. Y me enorgullece dado que, gracias a ese mestizaje, hoy no me convence ningún otro esnobismo. Porque cuando eres un metalero gótico de raca mandaca a los 13 años y terminas bailando La Gozadera años después en una discoteca con olor a coco, ya no confías ni pizca en aquello de que “soy muy cool porque a me gusta escuchar tal cosa”. La música no es más que eso: sonidos en sintaxis que producen una u otra sensación. No carga en sí misma los estilos de vida que se le construyen alrededor.
Kika Nieto fue (otra vez) el tema de conversación en redes. El canal de opinión Las igualadas declaró en su más reciente publicación que Kika les puso una tutela para que se disculparan y retiraran de su canal una publicación en la que respondían a uno de sus videos. En él. Kika afirmaba que aunque no estaba de acuerdo con las parejas de mismo sexo, “lo toleraba”. Para muchos, declaraciones como las de Nieto perpetúan la discriminación contra las personas LGBTI y ese fue el mensaje del video de Las igualadas que Kika quería que fuera retirado del canal. “Lo que intentó hacernos es perverso. Se llama censura, y ella es una censora”, dice el video de Las Igualadas. “(Kika Nieto) no tolera que nadie opine diferente, no escucha los argumentos de las personas que no estamos de acuerdo con lo que ella dice y utiliza la justicia para que le dé la razón a toda costa y para silenciar nuestra opinión que era en defensa de la población LGBTI”. Por su parte, Kika Nieto respondió con un comentario en el video. "No había hecho un video hablando del tema porque sé que lo único que se desprendería de eso sería más división, más polémica y pelea entre tú y yo, y entre mis seguidores y los tuyos. Y ni tú ni yo estamos llamadas a generar peleas, por el contrario, como influenciadora que eres, deberías usar tu voz para fomentar el respeto y no la pelea y división". Ante la polémica, varios usuarios han expresado en redes su apoyo a Las Igualadas con el hashtag #YouTubersSinCensura: El intento de censura de Kika nos demuestra que más que dar una opinión, es necesario asumir la responsabilidad por ella con argumentos. Según el video de Las igualadas, Kika rechazó la invitación de dar su punto de vista en un espacio del canal. Igualmente decidió no hacer un video de respuesta (como sí lo hicieron otros youtubers). La misma Kika afirma que se puso en contacto con Las igualadas para que “reevaluaran” lo que había dicho. ¿Por qué prefirió no responder con palabras? ¿Cuál es el miedo a argumentar su punto de vista? No se trata solo de decir lo que quiera, sino de saber argumentarlo. Si según ella hubo tergiversación en el video, ¿Por qué no aclarar punto por punto? Intentar callar al otro nunca va a ser la fórmula para ganarse su respeto o aceptación. Es el intercambio de ideas (por más opuestas que sean) el que realmente logra un resultado constructivo. La censura nunca va a ser tan demoledora como una buena argumentación.
“Me siento muy orgullosa de llevar la voz de 26 millones de mujeres colombianas. Tengo una gran responsabilidad de representarlas dignamente y a pesar de que no todas pensemos igual, sé que todas debemos tener iguales oportunidades y lucharé por que así sea.” Por: Za Carmenza // @ZaCarmenza Así reza el tuit fijado de Marta Lucía Ramírez, primera vicepresidenta en la historia de Colombia, electa como fórmula de Iván Duque para el periodo 2018-2022. Su llegada al segundo cargo más alto del poder ejecutivo en Colombia ha despertado todo tipo de reacciones y una polémica sobre si se trata de una victoria en la lucha de las mujeres, por la importancia de la representación, sin importar sus posturas conservadoras y frecuentemente contrarias a las banderas feministas. Lo cierto es que la elección de Marta Lucía no solo representa a la mayoría de las mujeres del país sino a la sociedad colombiana en su máxima expresión y es apenas la cereza del pastel de una contienda electoral que brilló por unas prácticas machistas que no tuvieron repercusión alguna. Por supuesto que Marta Lucía, mujer de amplia experiencia política que tuvo que aceptar ser fórmula vicepresidencial de un hombre joven inexperto que nadie conocía hace un año, nos representa. Las mujeres hemos sido educadas precisamente para eso, para ceder, para ser quien está “detrás de” y nunca como figura principal, pese a los méritos y pese al esfuerzo que podamos alcanzar. Estamos celebrando una primera vicepresidencia pero estamos todavía a muchos años de ver a una mujer como jefe de Estado. ¡Claro que Marta Lucía, quien lideró la campaña del No en el plebiscito pero a quien no invitaron a renegociar el Acuerdo, nos representa! En esta campaña electoral las dos candidatas mujeres, Piedad Córdoba y Viviane Morales, tuvieron que desistir de su aspiración presidencial luego de que se les negara la participación en los debates. Además, si en estas elecciones ganó el candidato que dijo que el embarazo adolescente se debía a que las niñas tenían mucho tiempo libre, sin lugar a dudas Marta Lucía, opositora del aborto incluso en las 3 causales reglamentadas, representa muy bien los valores de la mayoría del país. Marta Lucía Ramírez, quien siempre se ha manifestado en contra del matrimonio y la adopción homosexual, es vicepresidenta de un país que votó NO al Acuerdo de Paz por temor a un fantasma imaginario llamado “ideología de género” y para continuar en un conflicto agudizado con la política de Seguridad Democrática. ¡Política que Marta Lucía redactó! ¡Pero claro que nos representa! Ya sabemos qué valores y principios representa la primera vicepresidenta en la historia de Colombia y, teniendo en cuenta la clase económica que ha estado siempre en el poder y la tradición conservadora de las familias colombianas, es apenas justo para la foto. Pero teniendo en cuenta la votación que alcanzó la segunda fórmula, con una candidata vicepresidencial abiertamente feminista, en los próximos cuatro años las mujeres colombianas tendremos la tarea de demostrar que hay un cambio generacional en la política, que se han transformado los principios que rigen nuestro lugar en la sociedad y que no estamos dispuestas a seguir cediendo nuestros méritos, nuestra representación ni nuestros derechos.
Por Álvaro Castellanos | @alvaro_caste A Zidane le llegará el momento de admitir que la verdadera razón por la que aburrió a James hasta hacerlo irse del Madrid fueron las miles de puteadas de colombianos que recibía en Instagram todos los días. Un vidrio en la media es poquito. Foto con la familia: «Meta a James, calvo HP». Foto con el arbolito de Navidad: «Meta a James, calvo HP». Foto en vacaciones: «Meta a James, calvo HP». Cómo no hartarse. Y ahora, a pocas horas de la llegada de James al Bayern Múnich, cedido por dos temporadas, el destinatario de este spam de atarvanería pasó a ser el holandés Robben. En su único posteo se leen bellezas como «DALE LA 10 A JAMES CALVO HIJO E LA PERRaaaaaaAAAAAaAaaaAAAA». Colombia es un gran país; lástima los colombianos. Más allá de esta recocha de miles de impresentables que riegan muchísima sal sobre cada paso que James David da, se viene un fenómeno casi más insufrible que la «escopetarra», el Trap y El Paseo juntos: una aplastante ola de hinchas colombianos del Bayern Múnich que, inevitablemente, tendremos que soportar. Será común ver a una turba energúmenos, borrachos con cerveza Paulaner y gritando carajadas en rústico alemán desde Pavos Múnich, ahí al lado del cementerio Jardines de Paz, al norte de Bogotá, supongo que con el propósito de no dejar descansar ni a los muertos. Del Bayern se volverán hinchas a morir familiares y amigos nuestros. Gente que estimamos, pero que morderán el anzuelo de contagiarse de la algarabía por la llegada del 10 colombiano a otro de los equipos más prestigiosos del mundo. Como hincha del fútbol (lo digo cada tres columnas y ya me da pena con los editores de Shock) el sentido común indica que sólo se puede ser del equipo que uno vio en el estadio desde chiquito. Punto. No hay vuelta atrás. No es negociable. Luego, se puede simpatizar por grandes equipos del mundo, pero considerarse «hincha» es vergonzoso. Gritar «¡Visca el Barça» con los ojos brotando sangre debería estar penalizado en el Código de policía. Aplicó para el Real Madrid en 2014 cuando James llegó a ponerse la 10 y a desatar máxima locura en el país de la fotocopia de la cédula al 150 por ciento. Y, por culpa de la publicidad y los medios, aplicará ahora en 2017. Será una segunda temporada de fanatismo de ocasión tal vez más insoportable que la primera. Como la «Ola verde», ¿se acuerdan? Pero ya no con Antanas Mockus, sino con Humberto de la Calle. La «Jamesmanía» y la «Bayernmanía» ya se comienzan a sentir y tendremos que vivir debajo de una roca o congelarnos criogénicamente para pasarlo por alto. Anuncios del Bayern, concursos para ir a ver al Bayern, cursos de alemán en cualquier cupón gratuito, y turbas iracundas por la calle con camisetas del Bayern recién desempacadas de un barco llegado de China. Dará susto pararse a las tres de la mañana al baño y encontrarlo convertido en una tienda de camisetas chiviadas con el número 11 del ídolo de la selección (que dejó libre Douglas Costa, quien pasó a la Juventus). Esta es una opinión impopular, pero creo que muchas veces funciona mejor ser hincha de un futbolista y no de un equipo. De Messi, de Zlatan. A mí me gustaba Riquelme, por ejemplo, pero me caía como un zapato ese Boca Juniors dosmilero. Es un contrasentido, pero pasa. Como colombianos que somos, cómo no emocionarnos, no sé, con Falcao y desearle lo mejor, más allá de que el Mónaco nos importe un chorizo. De ahí, ¿por qué no hacerle fuerza a James, mas no al Bayern? A lo mejor sea el escenario menos imbécil en esta epidemia venidera de subirse al atiborrado bus del momento. Si hablamos de tendencias futboleras, hay pocas cosas más insoportables que un hincha de ocasión. Hinchas del ciclismo, hinchas del Real Madrid, del Atlético Madrid, del Bayern Múnich y de todo. Se sabe que cuando nos gusta todo, ya sea en el fútbol o en la vida, en realidad no nos gusta nada. Un detalle fundamental. Es «Bayern» (Múnich), con «ene», no «Bayer» (Leverkusen): el equipo de las aspirinas. Si vamos a posar, esforcémonos al menos por posar bien. Es «váyanse», no «váyasen». Es Es «Banksy», no «Bansky». Y es «Bayern», no «Bayer». En el multicampeón alemán que año tras año celebra echándose cerveza encima ya estuvo otro colombiano: Adolfo Valencia, el único que hasta el momento se había puesto esta camiseta. El Tren jugó allá entre 1993 y 1994. Dice la historia que Jorge Luis Pinto, DT suyo en Santa Fe, lo insultaba en alemán durante los entrenamientos como preparación para lo que se le venía encima. Finalmente, al tren no le fue mal porque metió 15 goles en 23 partidos por allá en esa época en la que Andrés Salcedo relataba la Bundesliga por ese bello espacio llamado Telematch. James estará en el Bayern al menos hasta 2019, cuando supuestamente regresará de su cesión al Real Madrid. Ahora bien, los que quieran llevar la contraria y ejercer la oposición, pueden ser del 1860 Múnich, el otro equipo con tradición en la ciudad, pero que ahora mismo naufraga en la cuarta división alemana. Más hipster imposible. Al Bayern Múnich, dejémoslo claro, James no llega a ser titular. Es la idea, pero le tocará guerrear un lugar. Qué pereza tener que explicar todo como si fuéramos @GraciasFaryd, pero a veces parece que toca. Allá, el goleador de Brasil 2014 deberá luchar por una posición en uno de los mediocampos más brutales del mundo. Así por encima, están Arturo Vidal, Javi Martínez, Renato Sanches, Joshua Kimmich, Kingsley Coman, Franck Ribéry, e incluso Robben si es que consideramos a James como mediapunta. Competencia es lo que tendrá el hijo de Ibagué. Lo bueno para él es que Carlo Ancelotti lo valora y, al menos de entrada, no lo va a poner a escriturar un lugar en la banca, ni a hacer consignaciones y contestar el teléfono. De todos modos, el DT italiano se desmarca de ponerlo de titular. «Habrá momentos en que James jugará y otros en que no», dijo en la presentación del jugador. Otro punto positivo es que el Bayern juega cada tercer día y necesita de más de un equipo, así que, en principio, James va a jugar, sí o sí. Para el Bayern ganar la Bundesliga es una obligación anual. De hecho, la película todos los años es muy parecida, casi siempre con Borussia Dortmund llegando segundo con unos 14 puntos menos. El verdadero desafío para Robert Lewandowski, Manuel Neuer, Thomas Müller y compañía será ganar la Champions League. En lo que va de siglo sólo la ganaron dos veces (2001 y 2013) y eso es poquísimo para semejante maquinaria de equipo: el más rico del mundo junto a Real Madrid, Barcelona y Manchester United. El complejo de inferioridad que suele azotar al colombiano promedio seguramente se hará presente durante la estadía de James David en el Bayern. Ancelotti lo pidió y por ahora todo es risas y felicidad, pero ni que se le ocurra sentarlo porque ahí saltarán los subhumanos de los comentarios vergonzosos en redes sociales. También se interpretará como una afrenta a Colombia, se considerará personal y se empezará a tejer una cadena infinita de teorías de la conspiración. Sin ir más lejos, en el momento en que fue escrita esta columna circula en Twitter un texto sobre cómo en el Tour de Francia Rigoberto Urán fue sancionado dizque injustamente. El título del artículo es «La sanción a Rigo Urán por tomar agua demuestra que todo lo del pobre es robado». Una reacción muy colombiana, pero como para arrancarse los ojos con dos cucharas. Si es por lo que merece gracias a su estatus de crack, James debería hacer historia en Alemania y alzar todos los trofeos posibles. Pero si es para que el colombiano promedio celebre como demente y use el uniforme del más veces campeón alemán como extensión de su piel, o considere que lo están atracando ante cualquier adversidad, de veras que no estaría mal que el Bayern Múnich considere contratar a Zinedine Zidane como nuevo entrenador.
Así vivimos el paso de las bandas tricolor por uno de los festivales más grandes que tiene Colombia. Por ahí dicen que nadie es profeta en su propia tierra, pero afortunadamente parece que esa leyenda se viene desvaneciendo, o por lo menos en Colombia. No podemos cantar victoria, aún nos falta mucho, pero mucho, camino por recorrer en el tema del apoyo a lo local. Sin embargo, en la última edición del Estéreo Picnic vimos como las nacionales se dieron su lugar en cada una de las tarimas e hicieron agitar los cuerpos de los asistentes. ¿Estamos subestimando a lo nuestro? ¿Cómo fue la experiencia de las bandas que tocaron? ¿Cómo se sintieron? Hablamos con algunas de las que frentearon y recorrimos cada una de las tarimas para ser testigos del poder local en un local en un cartel gigante. Lea: ¿Estamos preparados para un festival 100% latinoamericano?
Desde nuestra mirada corta nunca será lo mismo rendirle tributo con un collar de arepas a un personaje indeseado de nuestra política que permitir que un músico de otro lugar le lleve flores a la tumba de Pablo Escobar o se tome fotos junto a esta. Por: @chuckygarcia // Foto: Fox No nos molesta que uno de los narcotraficantes más complejos del mundo haya nacido en Colombia; lo que nos molesta es que personajes que no son dignos de ser considerados “hijos adoptivos” de nuestro terruño visiten su tumba. Por supuesto, desde nuestra mirada corta o que difícilmente sobrepasa nuestras propias narices, nunca será lo mismo rendirle tributo con un collar de arepas a un personaje indeseado de nuestra política que permitir que un músico de otro lugar le lleve flores a la tumba de Pablo Escobar o se tome fotos junto a esta. ¿Quién más que los colombianos –buenos, malos, víctimas o no víctimas de uno de los capítulos más oscuros, penosos, lamentables, absurdos y brutales que hemos padecido en nuestra larga lista de padecimientos– son los únicos responsables de haber permitido que un tema tan sensible se volviera un mercadillo persa que se fue construyendo año tras año frente a nuestros ojos y al que entonces ahora no queremos que ningún extraño entre? A una persona que no viva aquí, músico o no músico, famoso o del común, y a la que durante años la han bombardeado o al menos tenido al tanto con las más disímiles interpretaciones sobre la vida de Escobar, unas superfluas, otras profundas pero al fin y al cabo miradas que hacen parte del mismo paquete premium de entretenimiento (por tratarse de libros, películas, libros, telenovelas o series de televisión, en su mayoría), ¿se le puede pedir entonces que venga y se mantenga al margen de lo que antes era un campo santo y ahora una parafernalia? Y cuando un alcalde dice, abro comillas, “Cómo se nota que a este tipo no le ha tocado sufrir la violencia de estos narcotraficantes. Ese sinvergüenza en vez de haberle llevado flores a Pablo Escobar le tuvo que haber llevado flores a las víctimas de la violencia, debe ofrecer disculpas a la ciudad”, ¿acaso esas disculpas no le corresponden más bien a nuestra propia sociedad? ¿Acaso no somos nosotros mismos como colombianos quienes todos los días deberíamos honrar la memoria de lo que ahora muchos ven como un holocausto, pero que en su momento no lo fue porque simplemente estaban mirando para otro lado? Hayamos sido cómplices pasivos u opositores, estamos en todo nuestro derecho de exigir que se comience a vender otra imagen u otra historia de las cosas por las que hemos pasado, por supuesto que sí, tanto como de que no solo se mire el rastro que aún queda en nuestra sociedad del narcotráfico, sino los procesos de reparación y reconversión que hoy se llevan a cabo y que no son pocos, muchos de estos incluso desde la música. Pero también debemos pensar en cuál será en adelante la vara con que se mida una situación de este tipo, la de la foto de un artista con impacto global parado en la entrada del edificio Mónaco, y en qué momento vamos a dejar de comportarnos como un buñuelo entre una paila, que solo gira hacia donde el aceite se pone más caliente y conveniente. Axl Rose con sombrero vueltiao y cara bonachona como de mesero de restaurante de comida típica, ese sí nos gusta, ese sí es de los buenos y de los que son bienvenidos, pero el rapero Wiz Khalifa no, ese es de los malos y de los que no queremos que vengan a ponerse de fiesta un recuerdo que en nuestra memoria sigue y seguirá ocupando un espacio que nosotros mismos privilegiamos por más sangre y muertos que nos costó, por más madres sin hijos y niños huérfanos que dejó, por más daño que le hizo a las de por sí derrumbadas bases sobre las que finalmente se terminaron construyendo buena parte de los valores que rigen nuestra sociedad actual. A Madonna o Guns N’ Roses, a ellos sí abrámosles las puertas hasta de nuestros estadios, algo que tanto recelo nos genera, no vaya a ser que dañen la gramilla; llevémoslos en escaleras eléctricas hasta nuestras bibliotecas y enseñémosles que sí podemos ser un mejor país y dejar atrás nuestro pasado. Pero para eso, en todo caso, primero aprendamos a leernos a nosotros mismos, y a entender por qué un “sinvergüenza” es un tipo como Wiz Khalifa y no como Ordoñez, y por qué así esto sea como comparar piñas con limones lo único que denota es que nuestra coherencia es de una acidez sin par.
Este 11 de agosto se estrena en salas seleccionadas del país Nijolé: la huella de la existencia. El documental, dirigido por el italiano Sandro Bozzolo y coescrito con María Cecilia Reyes, es un retrato íntimo de la artista lituano colombiana Nijolė Šivickas y de la relación con su hijo Antanas Mockus, filósofo, político, matemático, ex alcalde de Bogotá y ex candidato presidencial de Colombia. Un viaje por dos continentes, por los objetos, los recuerdos, las raíces, y ante todo por las relaciones familiares.Nijolė Šivickas de Mockus, nació en Vilna, la capital de Lituania el 27 de mayo de 1925. En 1950 migra a Colombia junto a su esposo Alfonsas Mockus gracias a una visa especial concedida a intelectuales y artistas lituanos que, al final de la Segunda Guerra Mundial, estaban siendo oprimidos por el dominio Soviético. Nijolė fue escultora, pintora, grabadora y ceramista. La mayoría de los colombianos la reconocían sobre todo por su excentricidad en la época en que su hijo se volvió alcalde de Bogotá y a través de una campaña electoral basada en el uso masivo del arte y de la pedagogía, afrontó su gobierno. Sin embargo, el personaje público de Antanas contrastaba con el silencio que se respiraba entre las paredes de su casa materna. Allí, Antanas no hablaba castellano sino lituano, respondiendo a las dudas planteadas por su madre. Fue una mujer inquieta que pasaba su tiempo en el silencio del taller, experimentando y meditando, planeando y olvidando. Salía de casa muy raramente y rechazaba cualquier oportunidad de exponer su obra en galerías y muestras, considerando “complicada” su relación con el mundo del arte.Este documental es una coproducción entre 3 países: Adriana Bernal y su productora La Olimpo, es la cuota nacional; Dagne Vildziunaitė, es la participación del país báltico; y Max Chicco junto a Sandro Bozzolo son la cuota italiana.¿Dónde ver Nijolé: la huella de la existencia?BogotáCinemateca de Bogotá | Carrera 3 # 19 - 10Cinema Paraíso | Calle 120a # 5 - 69Royal Films - San Martín | Carrera 7 # 32 - 30MedellínMuseo de Arte Moderno de Medellín – MAMM | Carrera 44 # 19A - 100Colombo Americano | Carrera 45 # 53 -24Procinal - Las Américas | Diagonal 75B # 2A - 120Cali Cinemateca La Tertulia | Carrera 1 #5 - 105Barranquilla Cinemateca del Caribe | Carrera 43 # 63B - 107
En agosto de 2012 la salsa colombiana, reconocida en el mundo como uno de los géneros musicales más sabrosos y pachangueros, se vistió de luto al conocerse la muerte de Jairo Varela, el papá del Grupo Niche, y uno de los mejores letristas de canciones en América Latina. Contenido recomendado | Karol G y Grupo Niche homenajearon al maestro Jairo Varela en CaliAunque muchos creen que Varela era caleño, la verdad es que él y su familia son originarios de Quibdó, Chocó, pero el maestro plasmó con fervor su amor por la Sucursal del cielo. Y es que nadie puede imaginar qué sería de la salsa caleña si Jairo no hubiera creado temas como Cali Pachanguero de la mano de la orquesta Grupo Niche. Varela heredó el talento de la composición por su madre que era escritora y el de la música por su abuelo que le enseñó la guitarra. En los setenta abandonó el departamento del Chocó, se va a vivir a Bogotá y empieza a componer sobre su tierra natal y sobre el Río Atrato que engalana al Quibdó.De la mano de su coterráneo Alexis Lozano fundan la agrupación Grupo Niche en 1979 y en 1983 deciden instaurarse en la ciudad de Cali mientras empezaban a girar por diferentes lugares de Colombia y del continente americano.Niche, con música compuesta por Varela, ha sido ganador y nominado a múltiples reconocimientos como los Congos de oro del Festival de Orquestas del Carnaval de Barranquilla, Premios Lo Nuestro, Billboard Latin Music Awards, Grammy Latinos y Grammy Americanos.¿Cuáles son las canciones más populares de Grupo Niche?Jairo Varela no tiene solo un éxito musical, fue compositor de decenas de canciones que son considerados himnos en Colombia y América Latina. Estas canciones son las más populares en streaming y que fueron estrenadas bajo la dirección del maestro: Gotas de lluvia, Busca por dentro, Sin sentimientos, Una Aventura, Nuestro Sueño, Busca por Dentro, Cali Pachangero, La magia de tus besos, Se pareció tanto a ti, Eres.En pleno 2022, Niche continúa reconociendo la importancia de Varela. La agrupación publicó en redes este párrafo sobre el maestro: "Nadie sabía que estaba destinado para grandes realizaciones, pero Jairo Varela fue demostrando desde muy joven su inclinación por la música y, aunque se presentaron muchas dificultades en su inicios para lograr la credibilidad deseada, terminó imponiéndose su idea y alcanzó su meta siendo un excelente compositor y creando una de las orquestas icónicas de la salsa a nivel mundial. Hoy, su influencia sigue vigente en el Majestuoso Grupo Niche y en su organización, que se inspira en su legado para seguir buscando metas más altas, como él siempre lo quiso". ¡La música nos une!
La actriz y cantante argentina Tini Stoessel es uno de los íconos juveniles del sur del continente. Después de una carrera exitosa en televisión inició una trayectoria musical que la ha llevado a ofrecer conciertos en diferentes continentes. Su actual gira, llamada 'TINI TOUR 2022', pasará por Colombia en agosto luego de presentarse en Bolivia, Chile, Paraguay, Uruguay y España.Contenido recomendado | “Las relaciones a distancia son lo más difícil de girar”: TINIEl concierto se realizará el próximo jueves 25 de agosto en el Movistar Arena de Bogotá y contará con localidades en los tres pisos del venue. La venta de boletería general arranca el 5 de julio de 2022 a las 10 de la mañana. Las entradas están disponibles a la venta en Tu Boleta: la más barata cuesta 81.000 pesos más servicio y la más costosa 342.000 más servicio.¿Cuáles son las canciones más populares de TINI?Estos son los sencillos más famosos de la cantante argentina en plataformas de música en streaming: La Triple T, Miénteme con María Becerra, Fantasi con Beéle, Bar con L-Gante, Consejo de amor con Morat, Carne y Hueso, La niña de la escuela con Lola Índigo y Belinda, Maldita foto con Manuel Turizo y 2:50 con Duki y MYA.Set list oficial de la gira TINI TOUR 2022Estas son las canciones que la argentina interpreta en vivo.Te quiero másQuiero volver Suéltate el peloDueleRecuerdoMaldita Foto2:50Por qué te vasOye Un beso en Madrid Carne y Hueso AcércateElla dicePlayaHighFresaFantasiLa Triple TBar 22MiéntemeEl acto de apertura de Tini será Ventino, una de las bandas femeninas más populares de los últimos seis años en Colombia y que tienen un repertorio que le hace honor al pop latino y anglo.¡La música nos une!
Vicente García, el dominicano creador de temas como Carmesí, Dulcito'e Coco, Te Soñé, Mi balcón, entre otros, vuelve a pisar los escenarios de la capital colombiana. El ganador de varios Latin Grammy se presentará en el Royal Center de Bogotá a finales de año.Contenido recomendado | Los conciertos que pasarán por Colombia en el segundo semestre de 2022El próximo 2 de diciembre, en el Royal Center de Bogotá recibiremos al cantautor en su regreso a los escenarios. García volverá para presentarnos un nuevo disco tan versátil, con un tono liviano y amable, como lo es Vicente García que tendrá por título Camino Al Sol.Después de la pandemia, una serie de cuestionamientos y preocupaciones acerca de la familia, los amigos y la razón de ser de la humanidad en un momento tan cambiante, harían nacer Camino al Sol. Un disco que en palabras de García explora “...todas esas dudas, esa búsqueda de replantearse como vemos la religión, la espiritualidad, ciertas cosas más allá de lo objetivo de la vida”. Una colección fresca y sincera de canciones grabadas en bloque que dejan claro el viaje que hizo junto al mítico productor de Sidestepper: Richard Blair, a través de la experimentación con los instrumentos de cuerda.PRECIOS VICENTE GARCÍA EN BOGOTÁ 2022Las entradas estarán disponibles desde el martes 16 de agosto con todos los medios de pago. El aforo total es de 3.000 personas: la etapa 1 tendrá un aforo de 300 boletas con un valor de 90.000$ más servicio, la etapa 2 tendrá aforo de 2.700 boletas con un costo de 114.000$ más servicio.¡La música nos une!
Recientemente Juanes cumplió 50 años, muchos de ellos construyendo una impecable trayectoria artística, y para celebrarlo va a lanzar un libro escrito por un locutor colombiano. Justamente, horas después de la celebración se publicó un video en el que se ve a la banda italiana Maneskin tocando y cantando el clásico La Camisa Negra que el paisa hizo tan famosa en la década del 2000. Contenido recomendado | 50 canciones para celebrar los cincuenta años de JuanesEste momento fue publicado por la misma banda y hace parte del primer episodio de una serie de video-documentales en los que muestran cómo es su experiencia girando por todo el mundo. Contexto del video: Maneskin canta en vivo la canción de Juanes, pero lo hace en medio de un ensayo en el que interpretan otras canciones que seguramente todos los integrantes de la banda conocen previamente. Esto es una clara muestra del impacto internacional de la carrera de Juanes.Hace unos meses Maneskin se conoció con Shakira en el estreno de la película Elvis en Cannes y en ese momento la cantante acordó hacer una canción con ellos. ¿Qué es Maneskin?Måneskin es una banda integrada por italianos, pero el nombre del grupo es una palabra danesa que significa Luz De Luna. De cierta forma es un homenaje a las raíces de su bajista Victoria cuyo idioma materno es el danés.Se formaron oficialmente en 2016, pero empezaron a obtener reconocimiento por su participación en el reality musical The X Factor Italy. Su audición sorprendió al jurado por la energía, la forma en que se interpretaron los instrumentos y la voz de su vocalista.La banda logró llegar a la final del concurso, pero tuvo problemas con un jurado por actitud. Eso no impidió que la gente se enamorara de ellos. Durante el concurso lanzaron el EP de siete canciones Chosen, producido por el reconocido director de orquesta Lucio Fabbri.Damiano David, Victoria De Angelis, Thomas Raggi y Ethan Torchio son los integrantes de la banda italiana Maneskin. Damiano es el más joven de la banda, nació en enero de 1999, mientras que Thomas es el mayor, nació en enero de 2001).¡La música nos une!